Diferenciar los distintos juegos, del aquí denominado "Juego Supremo", requiere de cierta valorización y comprensión del papel, acorde a su origen, que representa cada uno de ellos.
Los juegos de la vida reflejan los propósitos en la vida. Y los juegos que el hombre escoge para jugar indican no sólo su tipo, sino además su nivel de desarrollo interno. Podemos dividir los juegos de la vida en juegos objetivos y juegos sublimes.
Se puede considerar a los juegos objetivos como aquellos que son jugados para el logro de cosas materiales, primordialmente el dinero y los objetos que éste puede comprar. Los juegos sublimes buscan la obtención de cosas intangibles, tales como el conocimiento o la "salvación del alma". En nuestra cultura predominan los juegos objetivos. En las culturas primitivas predominaron los juegos sublimes. A los jugadores de los juegos sublimes los juegos objetivos siempre les han parecido superfluos y fútiles, es una actitud que se resume en los Evangelios con las siguientes palabras: "¿Qué aprovecharía al hombre si ganara el mundo y perdiese su alma?" A los jugadores de los juegos objetivos los juegos sublimes les parecen confusos y mal definidos, que envuelven conceptos nebulosos como son la belleza, la verdad o la salvación. La totalidad de la población humana de la Tierra puede ser dividida tajantemente en dos grupos: los jugadores de juegos sublimes y los jugadores de juegos objetivos.
Todos los juegos se juegan de acuerdo a reglas. En los juegos creados por el hombre tales como el póquer, las reglas son impuestas por la ley de probabilidades (las apuestas en contra de una escalera son de 254 a 1 y en contra de una flor imperial son de 508 a 1) o dependen de limitaciones especiales (los peones y otras piezas en el ajedrez tienen cada una su propio movimiento). En los juegos de la vida las reglas son impuestas por condiciones naturales, económicas o sociales. El jugador debe recordar el propósito y conocer las reglas. Aparte de esto, la calidad de su juego depende de sus características innatas. El juego que un hombre puede jugar está determinado por su tipo. Aquel que trata de jugar un juego que no corresponde a su tipo, viola su propia esencia con consecuencias que frecuentemente son desastrosas.
LOS JUEGOS INFERIORES
El del puerco-en-la-batea es un juego objetivo simple. Su fin es meter el hocico en la batea tanto como sea posible, tragar en exceso, sacando a los otros puercos por la fuerza. Un jugador fuerte del puerco-en-la-batea tiene todas las cualidades con que la propaganda comunista enmarca al capitalista: codicioso, insaciable, despiadado, astuto, egoísta. Este juego está gobernado por el deseo de placer y su lucha por la satisfacción, incitando al hombre a actividades a través de las necesidades biológicas primitivas, la necesidad de alimento y la necesidad de sexo. Con frecuencia sucede que el hombre no desempeña otro papel que el forzado en él por el deseo de placer.
El juego-del-pavoneo se juega para obtener fama. Está diseñado principalmente para inflar el falso ego y mantenerlo así. Los jugadores del-pavoneo se hallan hambrientos de ser conocidos y que se hable de ellos. Quieren, en una palabra, ser celebridades, aun cuando no haya nada digno de, celebrarles. Para gentes de algunas profesiones (actores, políticos) este juego es prácticamente una obligación, ya que se ven forzadas a mantener una "imagen pública" que puede no tener ninguna relación con lo que ellas son realmente. Pero al verdadero jugador del-pavoneo, cuya felicidad depende enteramente de la frecuencia con que aparezca su nombre en los periódicos, no le importa mucho la imagen pública. Para él cualquier publicidad es mejor que ninguna. Prefiere ser bien conocido como bribón que no ser conocido.
El juego-de-Moloch es el más mortal de todos los juegos; se juega para obtener "gloria" o "victoria" por algunos de los más calificados profesionales del crimen, quienes han sido adiestrados para considerar tales crímenes como justificables por el solo hecho de que sus víctimas favorecen una religión o sistema político diferente y pueden así ser colectivamente señalados como "el enemigo". El juego-de-Moloch es un juego puramente humano. Otros mamíferos, aun cuando pelean con miembros de su propia especie, observan cierto grado de moderación y raramente pelean a muerte. Pero los jugadores del juego-de-Moloch no tienen moderación alguna. Atraídos por algún brillante sueño de gloria o poder, matan con ilimitado entusiasmo, destruyendo ciudades enteras, devastando países completos. Este juego se juega tan apasionadamente y con tal abandono que a nada, ni a la compasión, la decencia, la simpatía, ni siquiera al sentido común, se permite interferir con la orgía destructiva. Así como los devotos del dios Moloch sacrificaban sus hijos al ídolo, así los jugadores del juego-de-Moloch sacrifican las vidas de miles de jóvenes en el nombre de cualquier brillante abstracción (antiguamente llamada "la gloria" y ahora más comúnmente llamada "defensa").
Estos tres juegos, el del puerco-en-la-batea, el del-pavoneo y el juego-de-Moloch, son actividades más o menos patológicas. Los jugadores que "ganan", no ganan nada que verdaderamente puedan llamar propio. El del puerco-en-la-batea puede volverse doblemente rico que un creso, sólo para verse a sí mismo amargado, vacío e infeliz, sin saber qué hacer con la riqueza que ha amasado. Los jugadores del-pavoneo pueden volverse tan famosos que todo el mundo conozca su nombre, sólo para darse cuenta de que esta fama es simplemente una sombra y un manantial de inconvenientes. Los jugadores del juego-de-Moloch pueden bañarse en sangre hasta las orejas, sólo para descubrir que la victoria o la gloria, para la cual sacrificaron millones de vidas, son palabras vacías, como prostitutas ricamente ataviadas que conducen a los hombres a su destrucción. Hay un elemento criminal en todos estos juegos, porque, en cada caso, dañan tanto al jugador como a la sociedad de la cual forma parte. Sin embargo están tan deformadas las normas con que el hombre mide la criminalidad, que los jugadores de esos juegos son más bien considerados "pilares de la sociedad" que lunáticos peligrosos que debieran ser confinados a islas remotas donde no pudieran dañarse a sí mismos ni a los demás.
Entre los juegos superiores y los inferiores, hay un juego neutral, el juego-del-hombre-de-familia, cuyo propósito es simplemente formar una familia y proporcionarle todo lo necesario para la vida. No podemos llamarlo ni juego sublime ni juego objetivo. Este es el juego biológico básico, del que depende la continuación de la raza humana. Además, es posible encontrar en toda sociedad humana un cierto número de no-jugadores, gente que, debido a un defecto constitucional, es incapaz de encontrar algún juego digno de jugarse, seres que son, como resultado, parias crónicos, que se sienten apartados de la sociedad y generalmente se convierten en desordenados mentales, tendiendo a volverse antisociales y criminales.
LOS JUEGOS SUPERIORES
El juego-de-la-ciencia es también raramente jugado en su forma pura. Este, en su mayor parte, es usurpación, una fastidiosa resonancia de variaciones sobre algunos temas básicos hechos por investigadores que son poco más que técnicos con elevados títulos. El juego-de-la-ciencia se ha vuelto tan complejo, tan vasto y tan caro, que se da preferencia a empresas más o menos rutinarias. Cualquier cosa verdaderamente original tiende a ser excluida por el formidable aparato de comités que media entre el científico y el dinero que necesita para su investigación. Debe planear sus investigaciones de acuerdo con las ideas preconcebidas del comité, o se encontrará sin fondos. Además, en el juego-de-la-ciencia, como en el juego-del-arte, hay mucha hipocresía y una enajenante búsqueda de posición, que se vislumbra en los pueriles argumentos usados para obtener prioridad en la publicación. El juego se juega, no tanto por el conocimiento, sino por el apoyo al ego del científico.
Al juego-del-arte y al juego-de-la-ciencia debemos agregar el juego-de-la-religión, un juego sublime jugado con un propósito vagamente definido como el logro de la salvación. El juego-de-la-religión, como se jugaba en el pasado, tenía una serie de reglas bien definidas. Era jugado principalmente para beneficio personal de los sacerdotes de una clase u otra. Para obligar a sus seguidores a jugarlo, los sacerdotes inventaron varios dioses, con los cuales únicamente ellos podían comunicarse, cuya ira sólo ellos podían calmar, cuya cooperación sólo ellos podían lograr. Quien necesitaba ayuda de los dioses o deseaba evitar su ira, tenía que pagar al sacerdote para lograrlo. Más adelante, el juego se vivificó, y el poder de los sacerdotes sobre la mente de sus víctimas se fortaleció aún más mediante la invención de dos estados posteriores a la muerte: un cielo dichoso y un infierno terrible. Para permanecer fuera del infierno y ganar los cielos, el jugador tenía que pagar a los sacerdotes, o tendrían que hacerlo sus familiares a la muerte de aquél.
Un aspecto particularmente desagradable del juego-de-la-religión resultó de la insistencia de ciertos sacerdotes en que su marca de dios era el único dios, y que su forma del juego era la única permisible. Tan ansiosos estaban estos sacerdotes por mantener el juego enteramente en sus manos que no titubearon en perseguir, torturar o matar a cualquiera que deseara jugar el juego en otras reglas.
Podríamos simplificar nuestro resumen de los juegos si pudiéramos ofrecer la descripción anterior del juego-de-la-religión sin más comentarios, pero es obvio para cualquier observador de mente despejada que hay otro elemento en el juego-de-la-religión además del que se juega con la ingenuidad de los creyentes y la venta de pases para entrar a un cielo de mentirillas. Todas las grandes religiones ofrecen ejemplos de santos y místicos que obviamente no jugaron el juego para provecho material, cuya indiferencia al confort personal, a la riqueza y a la fama fue tan completa como para despertar nuestro asombro y admiración. Ellos jugaron el juego con reglas y propósitos enteramente distintos a los de los "sacerdotes", quienes vendían viajes al cielo por fuertes sumas de dinero e insistían en su pago por adelantado (y desde luego sin devolución del precio en caso de insatisfacción).
EL JUEGO SUPREMO
¿Qué clase de juego jugaron estos místicos? Dentro de la matriz impuesta por su religión, estos jugadores intentaron el más difícil de todos los juegos, el Juego Supremo, cuyo propósito es la obtención de una conciencia plena o de un verdadero despertar. Era natural que estos jugadores jugaran su juego dentro de una matriz religiosa. La idea básica subyacente en todas las grandes religiones es que el hombre está dormido, que vive en medio de sueños y decepciones, que se ha apartado de la conciencia universal (la única definición de Dios plena de significado) para arrastrarse dentro de la estrecha coraza de un ego personal. Emerger de esta estrecha coraza, recuperar la unión con la conciencia universal, para pasar de la oscuridad de la ilusión egocéntrica a la luz del no-ego, éste es el verdadero propósito del juego-de-la-religión como fue definido por los grandes maestros Jesús, Gautama, Krishna, Mahavira, Lao-Tse y el Sócrates platónico. Entre los musulmanes, estas enseñanzas fueron divulgadas por los sufíes, quienes en sus poemas alaban la delicia de la reunión con el Amigo. Para todos estos jugadores era obvio que el juego-de-la-religión, como lo jugaban los sacerdotes a sueldo, con sus desagradables trucos confidenciales, promesas, amenazas, persecuciones y matanzas, era meramente una horrible parodia del juego real, una terrible confirmación de la verdad de la sentencia "Esta gente me reza con sus labios pero su corazón está alejado de mí... tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, ni comprenden".
Fue tan poco lo que comprendieron que, al menos dentro de la matriz de la religión "cristiana", en verdad se volvió físicamente peligroso durante muchos siglos tratar de jugar el Juego Supremo. Los jugadores serios se veían acusados de herejía, encarcelados por los inquisidores, torturados y quemados vivos. Se volvió insoportable jugar el juego abiertamente. Para sobrevivir, uno tenía que adoptar un disfraz, pretender que el verdadero interés de uno era la alquimia o la magia, las cuales eran permitidas por los sacerdotes, quienes no comprendían el significado real de ninguna de ellas.
El jugar o intentar jugar el Juego Supremo no entraña peligro hoy en día. La tiranía de los sacerdotes ha terminado más o menos. El juego-de-la-religión, aun con tanto engaño como siempre, cuando contiene más contradicciones que nunca, es jugado sin amenazas de tortura o muerte. Gran parte del viejo veneno ha quedado fuera del juego; de hecho, es incluso posible para los sacerdotes que llevan al cuello la etiqueta de "católicos" ser moderadamente corteses con aquellos que llevan la una vez odiosa etiqueta de "protestantes". Así que el juego es ahora jugado con cierto refreno, no porque el hombre se haya vuelto más tolerante, sino porque toda la cuestión de cielo versus infierno, salvación versus condenación, ya no se toma muy en serio. La pelea hoy en día, es más bien entre sistemas rivales políticos que entre teológicos. Pero aun cuando ya es seguro jugar el Juego Supremo, esto no ha servido para hacerlo popular. Aún continúa siendo el juego de mayor exigencia y dificultad, y en nuestra sociedad hay pocos que lo juegan. El hombre contemporáneo, hipnotizado por el brillo de sus propios artefactos, tiene poco contacto con su mundo interno, se relaciona con el espacio externo, no con el interno. Pero el Juego Supremo se juega enteramente en el mundo interno, un territorio vasto y complejo, acerca del cual el hombre conoce muy poco. El propósito del juego es el verdadero despertar, el completo desarrollo de los poderes latentes en el hombre. El juego puede jugarse sólo por personas cuyas observaciones de sí mismas y de los demás las hayan conducido a cierta conclusión, a saber: que el estado ordinario de la conciencia del hombre, su estado llamado de vigilia, no es el más alto nivel de conciencia de que es capaz. De hecho, este estado se halla tan lejos del verdadero despertar que puede ser apropiadamente llamado una forma de sonambulismo, una condición de "soñar despierto".
Una vez que una persona ha llegado a esta conclusión, ya no puede dormir confortablemente. Un nuevo apetito nace dentro de ella: el hambre de un verdadero despertar, de una conciencia plena. Comprende que ve, oye y conoce sólo una pequeña fracción de lo que puede ver, oír y conocer, que vive en la más pobre y deteriorada de las habitaciones de su morada interna, pero que puede entrar en otras habitaciones, hermosas y llenas de tesoros, cuyas ventanas están orientadas hacia el infinito y la eternidad. En estas habitaciones puede trascender su pequeño "yo" personal y experimentar el renacimiento espiritual, "el salir de la tumba", que es el tema de tantos mitos y la base de todos los misterios religiosos, incluyendo el cristianismo.
Quien llega a esta conclusión, está listo para jugar el Juego Supremo. Pero aun cuando esté listo, no necesariamente sabe cómo jugarlo. El no puede desarrollar este conocimiento instintivamente, porque la naturaleza no ha dotado al hombre de tal instinto. Ella provee al desenvolvimiento del hombre hasta la edad de la pubertad, dotándolo con el instinto para propagar su especie, pero después de esto lo abandona a sus propios recursos. Lejos de ayudar al hombre a desarrollarse hacia el armonioso e iluminado Ser que puede devenir, la ciega fuerza de la evolución pone obstáculos en su camino.
Quien desee jugar el Juego Supremo se ve por lo tanto obligado a buscar un maestro, un hábil jugador que conozca las reglas. Pero ¿dónde encontrará tal maestro? Una cultura materialista, como la nuestra, espiritualmente empobrecida, no puede ofrecer instrucciones al aspirante. Los grandes y altamente especializados centros de adiestramiento llamados universidades obviamente carecen de universalidad. No ponen énfasis primeramente en la expansión de la conciencia y en segundo lugar, en la adquisición de un conocimiento especializado. Educan sólo una pequeña parte de la totalidad del hombre. Atiborran de datos el cerebro intelectual, y prestan atención a la educación del cuerpo físico favoreciendo algunos idiotizantes deportes competitivos. Pero no ofrecen la verdadera educación, en el sentido de una expansión de la conciencia y del armonioso desarrollo de los poderes latentes en el hombre.
La Psicología Creativa está basada en la idea de que el hombre puede crear mediante sus propios esfuerzos un nuevo ser dentro de sí mismo (el segundo nacimiento). Como resultado, puede gozar ciertas experiencias, ejercitar ciertos poderes, obtener ciertos vislumbres que son completamente inconcebibles para el hombre en su estado ordinario.
La teoría de la Psicología Creativa puede ser estudiada en libros. La práctica es un asunto diferente. Para esto es necesario un maestro. Si alguien trata de practicar el método sin un maestro, casi es inevitable que se encuentre con ciertas dificultades que no podrá superar. El mecanismo que crea la ilusión en la psique del hombre no deja de operar únicamente porque el hombre decida practicar la Psicología Creativa. De hecho, puede operar más activamente. De manera que él puede gozar toda clase de pseudos experiencias como resultado, no de la expansión de la conciencia, sino del trabajo de su propia imaginación. Un maestro puede ayudarle a separar lo verdadero de lo falso; puede prevenirle de las trampas que se encuentran en su camino.
Más aún, el solitario practicante de Psicología Creativa vive hoy en una cultura que más o menos se opone totalmente a la meta que se ha fijado a sí mismo, que no reconoce la existencia del Juego Supremo y que considera a los jugadores de este juego como tipos raros o ligeramente locos. Así, el jugador afronta gran oposición de parte de la cultura en que vive y debe luchar contra fuerzas que tienden a detener su juego aun antes de empezarlo. Sólo encontrando a un maestro y formando parte del grupo de discípulos que éste haya reunido a su alrededor, puede encontrar el estímulo y el apoyo necesarios. De otra manera, simplemente olvida su propósito o se desvía hacia un lado del camino y se pierde a sí mismo. Desafortunadamente, es muy difícil encontrar tales maestros y tales grupos. No se hacen publicidad; operan bajo disfraces. Más aún: existe una abundancia de fraudes y de tontos que se hacen pasar a sí mismos como maestros sin tener derecho a ello. Así que el aspirante a jugador del Juego Supremo se enfrenta al principio a una de las pruebas más difíciles en su carrera. Debe encontrar a un maestro que no sea ni un tonto ni un fraude y convencerlo de que él es digno de recibir la enseñanza. Su futuro desarrollo depende en gran parte de la habilidad con que realice esta tarea.
Extractado por Alfredo Marinelli para el blog: Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación.
Fuente de Información: Robert S. de Ropp - “El Juego Supremo”.