EL JUEGO SUPREMO

En la medida que clarifiquemos los juegos y las metas que nos ofrece la existencia, podremos esclarecer el propósito y la función de cada uno de nosotros, que a manera de rol desempeñamos en la vida.

Diferenciar los distintos juegos, del aquí denominado "Juego Supremo", requiere de cierta valorización y comprensión del papel, acorde a su origen, que representa cada uno de ellos.


Todo juego tiene sus reglas, en los juegos de la vida las reglas son impuestas por condiciones naturales, económicas o sociales. Las condiciones naturales generan en el hombre deseos y necesidades básicas que podemos considerar como legítimas, sin embargo las condiciones económicas y sociales, es decir la influencia del entorno en el cual se encuentra inmerso, generan deseos y necesidades ficticias e ilusorias, convirtiéndose el hombre en un esclavo sin control sobre su vida, siendo impulsado y atraído por fuerzas externas, evaluadas desde su interior a través de la dicotomía placer-dolor. Estando a merced de las impresiones casuales, es un esclavo de sus deseos, la mayoría de ellos perjudiciales.


El desempeño fehaciente de todo deseo es lo que hace posible la interacción con todo juego, y a esto comúnmente lo llamamos nuestras "acciones", sin embargo es sólo la reactividad a las motivaciones externas. Lo que denominamos voluntad es solo la resultante de los deseos.


Los deseos y lo juegos en los que participamos están consustancialmente unidos y realimentados, siendo la mayoría ficticios e ilusorios, como la influencia movilizadora del entorno que los creo, ya que poco tienen que ver con la realización de nuestra verdadera identidad.


Todos los juegos funcionan en base a deseos motivados por fuerzas externas, sin embargo quien quiera jugar el “Juego Supremo” necesita de un deseo superior, generado desde su interior a través de una necesidad, un anhelo, una aspiración, que podemos denominar deseo de auto-realización o de auto-trascendencia. En todos los juegos somos impelidos, en el “Juego Supremo” es necesaria la intencionalidad, ya que nadie nos impele, nada externo lo solicita o lo requiere, podemos vivir y morir sin jugarlo, depende exclusivamente de nuestra intrínseca necesidad.
 
En el acto volitivo de esta intrínseca necesidad subyace la gran decisión, ésta es la única y valedera elección posible, realizada en modo intencional y no programado por influencias externas, denominada Libre Albedrío, podemos elegir jugar “El Juego Supremo” o no.
Alfredo Marinelli


JUEGOS Y METAS

 


Un juego es esencialmente una prueba de fuerza o una prueba de ingenio jugado dentro de un modelo que está definido por reglas. Las reglas son esenciales. Si las reglas no se observan, el juego deja de serlo por completo. Un juego de ajedrez sería imposible si uno de los jugadores insistiera en manejar todos los peones como si fueran reinas.

Los juegos de la vida reflejan los propósitos en la vida. Y los juegos que el hombre escoge para jugar indican no sólo su tipo, sino además su nivel de desarrollo interno. Podemos dividir los juegos de la vida en juegos objetivos y juegos sublimes.

Se puede considerar a los jue­gos objetivos como aquellos que son jugados para el logro de cosas materiales, primordialmente el dinero y los objetos que éste puede comprar. Los juegos sublimes buscan la obtención de cosas intangibles, tales como el conocimiento o la "salvación del alma". En nuestra cultura predominan los juegos objetivos. En las cul­turas primitivas predominaron los juegos sublimes. A los jugadores de los juegos sublimes los juegos objetivos siempre les han pare­cido superfluos y fútiles, es una actitud que se resume en los Evangelios con las siguientes palabras: "¿Qué aprovecharía al hombre si ganara el mundo y perdiese su alma?" A los jugadores de los juegos objetivos los juegos sublimes les parecen confusos y mal definidos, que envuelven conceptos nebulosos como son la belleza, la verdad o la salvación. La totalidad de la población humana de la Tierra puede ser dividida tajantemente en dos grupos: los jugadores de juegos sublimes y los jugadores de juegos objetivos.
 
Todos los juegos se juegan de acuerdo a reglas. En los jue­gos creados por el hombre tales como el póquer, las reglas son impuestas por la ley de probabilidades (las apuestas en contra de una escalera son de 254 a 1 y en contra de una flor imperial son de 508 a 1) o dependen de limitaciones especiales (los peo­nes y otras piezas en el ajedrez tienen cada una su propio movi­miento). En los juegos de la vida las reglas son impuestas por condiciones naturales, económicas o sociales. El jugador debe re­cordar el propósito y conocer las reglas. Aparte de esto, la calidad de su juego depende de sus características innatas. El juego que un hombre puede jugar está determinado por su tipo. Aquel que trata de jugar un juego que no corresponde a su tipo, viola su propia esencia con consecuencias que frecuentemente son desastrosas.


LOS JUEGOS INFERIORES
 
El del puerco-en-la-batea es un juego objetivo simple. Su fin es meter el hocico en la batea tanto como sea posible, tragar en exceso, sacando a los otros puercos por la fuerza. Un jugador fuerte del puerco-en-la-batea tiene todas las cualidades con que la propaganda comunista enmarca al capitalista: codicioso, insa­ciable, despiadado, astuto, egoísta. Este juego está gobernado por el deseo de placer y su lucha por la satisfacción, incitando al hombre a actividades a través de las necesidades biológicas primitivas, la necesidad de alimento y la necesidad de sexo. Con frecuencia sucede que el hombre no desempeña otro papel que el forzado en él por el deseo de placer.

El juego-del-pavoneo se juega para obtener fama. Está di­señado principalmente para inflar el falso ego y mantenerlo así. Los jugadores del-pavoneo se hallan hambrientos de ser conoci­dos y que se hable de ellos. Quieren, en una palabra, ser cele­bridades, aun cuando no haya nada digno de, celebrarles. Para gentes de algunas profesiones (actores, políticos) este juego es prácticamente una obligación, ya que se ven forzadas a mantener una "imagen pública" que puede no tener ninguna relación con lo que ellas son realmente. Pero al verdadero jugador del-pavoneo, cuya felicidad depende enteramente de la frecuencia con que aparezca su nombre en los periódicos, no le importa mucho la imagen pública. Para él cualquier publicidad es mejor que nin­guna. Prefiere ser bien conocido como bribón que no ser conocido.

El juego-de-Moloch es el más mortal de todos los juegos; se juega para obtener "gloria" o "victoria" por algunos de los más calificados profesionales del crimen, quienes han sido adiestrados para considerar tales crímenes como justificables por el solo he­cho de que sus víctimas favorecen una religión o sistema político diferente y pueden así ser colectivamente señalados como "el ene­migo". El juego-de-Moloch es un juego puramente humano. Otros mamíferos, aun cuando pelean con miembros de su propia es­pecie, observan cierto grado de moderación y raramente pelean a muerte. Pero los jugadores del juego-de-Moloch no tienen moderación alguna. Atraídos por algún brillante sueño de gloria o poder, matan con ilimitado entusiasmo, destruyendo ciudades enteras, devastando países completos. Este juego se juega tan apasionadamente y con tal abandono que a nada, ni a la compasión, la decencia, la simpatía, ni siquiera al sentido común, se permite interferir con la orgía destructiva. Así como los devotos del dios Moloch sacrificaban sus hijos al ídolo, así los jugadores del juego-­de-Moloch sacrifican las vidas de miles de jóvenes en el nom­bre de cualquier brillante abstracción (antiguamente llamada "la gloria" y ahora más comúnmente llamada "defensa").

Estos tres juegos, el del puerco-en-la-batea, el del-pavoneo y el juego-de-Moloch, son actividades más o menos patológicas. Los jugadores que "ganan", no ganan nada que verdaderamente puedan llamar propio. El del puerco-en-la-batea puede volverse doblemente rico que un creso, sólo para verse a sí mismo amar­gado, vacío e infeliz, sin saber qué hacer con la riqueza que ha amasado. Los jugadores del-pavoneo pueden volverse tan famosos que todo el mundo conozca su nombre, sólo para darse cuenta de que esta fama es simplemente una sombra y un manantial de in­convenientes. Los jugadores del juego-de-Moloch pueden bañarse en sangre hasta las orejas, sólo para descubrir que la victoria o la gloria, para la cual sacrificaron millones de vidas, son palabras vacías, como prostitutas ricamente ataviadas que conducen a los hombres a su destrucción. Hay un elemento criminal en todos estos juegos, porque, en cada caso, dañan tanto al jugador como a la sociedad de la cual forma parte. Sin embargo están tan deformadas las normas con que el hombre mide la criminalidad, que los jugadores de esos juegos son más bien considerados "pi­lares de la sociedad" que lunáticos peligrosos que debieran ser confinados a islas remotas donde no pudieran dañarse a sí mis­mos ni a los demás.

Entre los juegos superiores y los inferiores, hay un juego neutral, el juego-del-hombre-de-familia, cuyo propósito es sim­plemente formar una familia y proporcionarle todo lo necesario para la vida. No podemos llamarlo ni juego sublime ni juego objetivo. Este es el juego biológico básico, del que depende la continuación de la raza humana. Además, es posible encontrar en toda sociedad humana un cierto número de no-jugadores, gente que, debido a un defecto constitucional, es incapaz de encon­trar algún juego digno de jugarse, seres que son, como resultado, parias crónicos, que se sienten apartados de la sociedad y gene­ralmente se convierten en desordenados mentales, tendiendo a volverse antisociales y criminales.


LOS JUEGOS SUPERIORES
 
Los juegos sublimes raramente se juegan en su forma pura. El juego-del-arte es idealmente dirigido a la expresión de una conciencia interna, vagamente definida como belleza. Esta con­ciencia es subjetiva. La belleza de un hombre puede ser el horror de otro, la belleza de una época puede parecer fea en otra. Pero los malos jugadores de este juego no tienen conciencia interna. Son técnicamente eficientes e imitan a aquellos que son cons­cientes, conforme a la moda, cualquiera que ésta sea. Todo el juego-del-arte, como se juega en la actualidad, está teñido de comercialismo; la codicia de los coleccionistas lo impregna con un mal olor. Se complica aún más por la tendencia al exhibicionismo que aflige a casi todos los artistas contemporáneos, ya sean éstos pintores, escultores, escritores o compositores. Como todos los conceptos tradicionales de la belleza se han abandonado, cualquier cosa tiene éxito, tan sólo con que sea novedoso y sor­prendente. Esto hace casi imposible juzgar si un trabajo de arte corresponde a la conciencia interior del artista o es solamente la muestra de que trató de ser listo.

El juego-de-la-ciencia es también raramente jugado en su for­ma pura. Este, en su mayor parte, es usurpación, una fastidiosa resonancia de variaciones sobre algunos temas básicos hechos por investigadores que son poco más que técnicos con elevados tí­tulos. El juego-de-la-ciencia se ha vuelto tan complejo, tan vasto y tan caro, que se da preferencia a empresas más o menos ruti­narias. Cualquier cosa verdaderamente original tiende a ser ex­cluida por el formidable aparato de comités que media entre el científico y el dinero que necesita para su investigación. Debe planear sus investigaciones de acuerdo con las ideas preconcebidas del comité, o se encontrará sin fondos. Además, en el juego-de-­la-ciencia, como en el juego-del-arte, hay mucha hipocresía y una enajenante búsqueda de posición, que se vislumbra en los pueriles argumentos usados para obtener prioridad en la publicación. El juego se juega, no tanto por el conocimiento, sino por el apoyo al ego del científico.

Al juego-del-arte y al juego-de-la-ciencia debemos agregar el juego-de-la-religión, un juego sublime jugado con un propósito vagamente definido como el logro de la salvación. El juego-de-la-religión, como se jugaba en el pasado, tenía una serie de reglas bien definidas. Era jugado principalmente para beneficio personal de los sacerdotes de una clase u otra. Para obligar a sus segui­dores a jugarlo, los sacerdotes inventaron varios dioses, con los cuales únicamente ellos podían comunicarse, cuya ira sólo ellos podían calmar, cuya cooperación sólo ellos podían lograr. Quien necesitaba ayuda de los dioses o deseaba evitar su ira, tenía que pagar al sacerdote para lograrlo. Más adelante, el juego se vivi­ficó, y el poder de los sacerdotes sobre la mente de sus víctimas se fortaleció aún más mediante la invención de dos estados pos­teriores a la muerte: un cielo dichoso y un infierno terrible. Para permanecer fuera del infierno y ganar los cielos, el jugador tenía que pagar a los sacerdotes, o tendrían que hacerlo sus familiares a la muerte de aquél.

Un aspecto particularmente desagradable del juego-de-la-re­ligión resultó de la insistencia de ciertos sacerdotes en que su marca de dios era el único dios, y que su forma del juego era la única permisible. Tan ansiosos estaban estos sacerdotes por mantener el juego enteramente en sus manos que no titubearon en perseguir, torturar o matar a cualquiera que deseara jugar el juego en otras reglas.

Podríamos simplificar nuestro resumen de los juegos si pu­diéramos ofrecer la descripción anterior del juego-de-la-religión sin más comentarios, pero es obvio para cualquier observador de mente despejada que hay otro elemento en el juego-de-la-religión además del que se juega con la ingenuidad de los creyentes y la venta de pases para entrar a un cielo de mentirillas. Todas las grandes religiones ofrecen ejemplos de santos y místicos que obviamente no jugaron el juego para provecho material, cuya indiferencia al confort personal, a la riqueza y a la fama fue tan completa como para despertar nuestro asombro y admiración. Ellos jugaron el juego con reglas y propósitos entera­mente distintos a los de los "sacerdotes", quienes vendían viajes al cielo por fuertes sumas de dinero e insistían en su pago por adelantado (y desde luego sin devolución del precio en caso de insatisfacción).


EL JUEGO SUPREMO

¿Qué clase de juego jugaron estos místicos? Dentro de la matriz impuesta por su religión, estos jugadores intentaron el más difícil de todos los juegos, el Juego Supremo, cuyo propósito es la obtención de una conciencia plena o de un verdadero despertar. Era natural que estos jugadores jugaran su juego dentro de una matriz religiosa. La idea básica subyacente en todas las grandes religiones es que el hombre está dormido, que vive en medio de sueños y decepciones, que se ha apartado de la con­ciencia universal (la única definición de Dios plena de signifi­cado) para arrastrarse dentro de la estrecha coraza de un ego personal. Emerger de esta estrecha coraza, recuperar la unión con la conciencia universal, para pasar de la oscuridad de la ilusión egocéntrica a la luz del no-ego, éste es el verdadero pro­pósito del juego-de-la-religión como fue definido por los grandes maestros Jesús, Gautama, Krishna, Mahavira, Lao-Tse y el Só­crates platónico. Entre los musulmanes, estas enseñanzas fueron divulgadas por los sufíes, quienes en sus poemas alaban la delicia de la reunión con el Amigo. Para todos estos jugadores era obvio que el juego-de-la-religión, como lo jugaban los sacerdotes a sueldo, con sus desagradables trucos confidenciales, promesas, ame­nazas, persecuciones y matanzas, era meramente una horrible parodia del juego real, una terrible confirmación de la verdad de la sentencia "Esta gente me reza con sus labios pero su co­razón está alejado de mí... tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, ni comprenden".

Fue tan poco lo que comprendieron que, al menos dentro de la matriz de la religión "cristiana", en verdad se volvió fí­sicamente peligroso durante muchos siglos tratar de jugar el Jue­go Supremo. Los jugadores serios se veían acusados de herejía, encarcelados por los inquisidores, torturados y quemados vivos. Se volvió insoportable jugar el juego abiertamente. Para sobrevivir, uno tenía que adoptar un disfraz, pretender que el verdadero interés de uno era la alquimia o la magia, las cuales eran per­mitidas por los sacerdotes, quienes no comprendían el significado real de ninguna de ellas.

El jugar o intentar jugar el Juego Supremo no entraña pe­ligro hoy en día. La tiranía de los sacerdotes ha terminado más o menos. El juego-de-la-religión, aun con tanto engaño como siempre, cuando contiene más contradicciones que nunca, es ju­gado sin amenazas de tortura o muerte. Gran parte del viejo veneno ha quedado fuera del juego; de hecho, es incluso posible para los sacerdotes que llevan al cuello la etiqueta de "católicos" ser moderadamente corteses con aquellos que llevan la una vez odiosa etiqueta de "protestantes". Así que el juego es ahora ju­gado con cierto refreno, no porque el hombre se haya vuelto más tolerante, sino porque toda la cuestión de cielo versus infierno, salvación versus condenación, ya no se toma muy en serio. La pelea hoy en día, es más bien entre sistemas rivales políticos que entre teológicos. Pero aun cuando ya es seguro jugar el Juego Supremo, esto no ha servido para hacerlo popular. Aún continúa siendo el juego de mayor exigencia y dificultad, y en nuestra sociedad hay pocos que lo juegan. El hombre contemporáneo, hipnotizado por el brillo de sus propios artefactos, tiene poco contacto con su mun­do interno, se relaciona con el espacio externo, no con el interno. Pero el Juego Supremo se juega enteramente en el mundo in­terno, un territorio vasto y complejo, acerca del cual el hombre conoce muy poco. El propósito del juego es el verdadero despertar, el completo desarrollo de los poderes latentes en el hombre. El juego puede jugarse sólo por personas cuyas observaciones de sí mismas y de los demás las hayan conducido a cierta conclusión, a saber: que el estado ordinario de la conciencia del hombre, su estado llamado de vigilia, no es el más alto nivel de conciencia de que es capaz. De hecho, este estado se halla tan lejos del verdadero despertar que puede ser apropiadamente llamado una forma de sonambulismo, una condición de "soñar despierto".

Una vez que una persona ha llegado a esta conclusión, ya no puede dormir confortablemente. Un nuevo apetito nace den­tro de ella: el hambre de un verdadero despertar, de una con­ciencia plena. Comprende que ve, oye y conoce sólo una pequeña fracción de lo que puede ver, oír y conocer, que vive en la más pobre y deteriorada de las habitaciones de su morada interna, pero que puede entrar en otras habitaciones, hermosas y llenas de tesoros, cuyas ventanas están orientadas hacia el infinito y la eternidad. En estas habitaciones puede trascender su pequeño "yo" personal y experimentar el renacimiento espiritual, "el salir de la tumba", que es el tema de tantos mitos y la base de todos los misterios religiosos, incluyendo el cristianismo.

Quien llega a esta conclusión, está listo para jugar el Juego Supremo. Pero aun cuando esté listo, no necesariamente sabe cómo jugarlo. El no puede desarrollar este conocimiento instin­tivamente, porque la naturaleza no ha dotado al hombre de tal instinto. Ella provee al desenvolvimiento del hombre hasta la edad de la pubertad, dotándolo con el instinto para propagar su especie, pero después de esto lo abandona a sus propios re­cursos. Lejos de ayudar al hombre a desarrollarse hacia el armo­nioso e iluminado Ser que puede devenir, la ciega fuerza de la evolución pone obstáculos en su camino.

Quien desee jugar el Juego Supremo se ve por lo tanto obli­gado a buscar un maestro, un hábil jugador que conozca las reglas. Pero ¿dónde encontrará tal maestro? Una cultura mate­rialista, como la nuestra, espiritualmente empobrecida, no puede ofrecer instrucciones al aspirante. Los grandes y altamente es­pecializados centros de adiestramiento llamados universidades ob­viamente carecen de universalidad. No ponen énfasis primera­mente en la expansión de la conciencia y en segundo lugar, en la adquisición de un conocimiento especializado. Educan sólo una pequeña parte de la totalidad del hombre. Atiborran de datos el cerebro intelectual, y prestan atención a la educación del cuerpo físico favoreciendo algunos idiotizantes deportes competitivos. Pero no ofrecen la verdadera educación, en el sentido de una expan­sión de la conciencia y del armonioso desarrollo de los poderes latentes en el hombre.

La Psicología Creativa está basada en la idea de que el hombre puede crear mediante sus propios esfuerzos un nuevo ser dentro de sí mismo (el segundo naci­miento). Como resultado, puede gozar ciertas experiencias, ejer­citar ciertos poderes, obtener ciertos vislumbres que son comple­tamente inconcebibles para el hombre en su estado ordinario. 

La Psicología Creativa implica la forma más elevada de crea­tividad de que el hombre es capaz, la creación de un ser verda­deramente dirigido desde el interior en vez del desamparado es­clavo sin dirección que es. Este trabajo creativo abarca todos los aspectos de la conducta del hombre: el instintivo, el motriz, el emocional y el intelectual. Implica una comprensión de la química del cuerpo y de la mente; un estudio del tipo y todo lo perteneciente a éste, la fortaleza y las debilidades que el mismo impone. Implica un estudio de la actividad creativa, las artes, artesanías, técnicas de diversas clases y de los efectos que estas actividades producen en los niveles de conciencia, un estudio de los eventos en grande y pequeña escala, una conciencia de los procesos que tienen lugar en las comunidades humanas y no humanas que afectan al individuo adversamente o en otra forma. Porque el hombre no puede ser estudiado separado de su medio ambiente y quien desee conocerse a sí mismo también debe co­nocer el mundo en que vive.

La teoría de la Psicología Creativa puede ser estudiada en libros. La práctica es un asunto diferente. Para esto es nece­sario un maestro. Si alguien trata de practicar el método sin un maestro, casi es inevitable que se encuentre con ciertas difi­cultades que no podrá superar. El mecanismo que crea la ilusión en la psique del hombre no deja de operar únicamente porque el hombre decida practicar la Psicología Creativa. De hecho, puede operar más activamente. De manera que él puede gozar toda clase de pseudos experiencias como resultado, no de la ex­pansión de la conciencia, sino del trabajo de su propia imaginación. Un maestro puede ayudarle a separar lo verdadero de lo falso; puede prevenirle de las trampas que se encuentran en su camino.

Más aún, el solitario practicante de Psicología Creativa vive hoy en una cultura que más o menos se opone totalmente a la meta que se ha fijado a sí mismo, que no reconoce la existencia del Juego Supremo y que considera a los jugadores de este juego como tipos raros o ligeramente locos. Así, el jugador afronta gran oposición de parte de la cultura en que vive y debe luchar contra fuerzas que tienden a detener su juego aun antes de em­pezarlo. Sólo encontrando a un maestro y formando parte del grupo de discípulos que éste haya reunido a su alrededor, puede encontrar el estímulo y el apoyo necesarios. De otra manera, sim­plemente olvida su propósito o se desvía hacia un lado del ca­mino y se pierde a sí mismo. Desafortunadamente, es muy difícil encontrar tales maestros y tales grupos. No se hacen publicidad; operan bajo disfraces. Más aún: existe una abundancia de frau­des y de tontos que se hacen pasar a sí mismos como maestros sin tener derecho a ello. Así que el aspirante a jugador del Juego Supremo se enfrenta al principio a una de las pruebas más difí­ciles en su carrera. Debe encontrar a un maestro que no sea ni un tonto ni un fraude y convencerlo de que él es digno de recibir la enseñanza. Su futuro desarrollo depende en gran parte de la habilidad con que realice esta tarea.
                                                                                               
Extractado por Alfredo Marinelli para el blog: Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación. 

Fuente de Información: Robert S. de Ropp  - “El Juego Supremo”.

11 comentarios :

  1. ...Sin embargo un concepto básico del "Trabajo" es que el hombre carece de voluntad, nada puede hacer, y todo lo que cree hacer en realidad sucede ...
    Necesitaría clarificar si el "Trabajo" intenta romper con la imposibilidad de hacer del hombre o si, por el contrario, se realiza aceptando que esto no puede cambiar en cuyo caso pasaría a ser algo más de lo que le sucede al hombre.
    Gracias.

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    1. La carencia de voluntad, de la capacidad de hacer, y el creer que se hace cuando en realidad todo sucede, hace referencia al nivel de ser de un hombre común, es decir no involucrado en el proceso de transformación.
      El sistema hace una división del hombre en 7 categorías. En el hombre Nº 1. 2 y 3, es decir el hombre físico, emocional o intelectual, la voluntad es la resultante de los deseos, ya que no posee consciencia ni unidad interna, es decir un único y verdadero yo, sin embargo se atribuye la capacidad de hacer, cuando en realidad todo sucede.
      Uno de los objetivos del “Trabajo” es desarrollar una voluntad libre, es decir la verdadera capacidad de hacer. Este hacer ya no responde a influencias externas, no es el resultado de lo que sucede, ni la respuesta condicionada a los distintos deseos y quereres pertenecientes a los diferentes yoes de la personalidad. La verdadera voluntad es comandada y dirigida por la consciencia y la unidad interna. Es una voluntad libre porque es independiente del accidente y no es alterada ni dirigida por causas externas y sólo se manifiesta en una categoría superior de hombre, que es el producto del trabajo sobre sí mismo, del esfuerzo y del proceso de transformación, denominados: Hombre Nº 4, 5, 6 y 7.
      El Hombre Nº 4, además de conocerse a sí mismo, comprender su propia situación y haber equilibrado sus funciones, ha adquirido un Centro de Gravedad Permanente, por lo que la idea de adquirir la consciencia, un Yo permanente y la voluntad, es decir la idea de su evolución, se ha tornado más importante que todos sus demás intereses. En esta etapa puede experienciar atisbos de la verdadera voluntad. Pero recién en las categorías superiores siguientes, es decir el hombre Nº 5, 6 y 7 adquiere la libre y verdadera voluntad la cual es un poder nacido de la consciencia y gobernado por la individualidad o un único Yo.
      En la medida en que se desarrolla el proceso de auto-conocimiento se desarrolla la capacidad de discernimiento con lo cual es posible comprender el concepto de “Verdadera Voluntad” en contraposición con el concepto ordinario de voluntad, y además percibir los elementos o “herramientas” a nuestra disposición para superar la brecha entre la carencia de voluntad y el caudal volitivo necesario para desarrollar el proceso de transformación.
      Cordialmente Alfredo

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  2. hay literatura sobre psicología creativa que puedas recomendar?
    gracias!

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    1. Algunos libros que considero de elemental lectura para generar un panorama de lo que Robert S. de Ropp denomina “psicología creativa” son los siguientes:
      “Psicología de la posible evolución del hombre” de P. D. Ouspensky
      “Gurdjieff en acción” de J. H. Reyner
      “El despertar del Self” de Charles Tart
      “El juego supremo” de Robert S. de Ropp
      “Psicoterapia del este y del oeste” y la “Filosofía de la inseguridad” de Alan Watts
      “El hombre autorrealizado” de Abraham Maslow
      “La conciencia sin fronteras” de Ken Wilber.
      “El hombre en busca de sentido” de Victor Frankl
      Si bien la lista puede extenderse, los mencionados sustentan las bases y el enlace para una posterior búsqueda individual.
      Muchas Gracias
      Alfredo Marinelli

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  3. Hola Alfredo, tenes una copia PDF del libro EL JUEGO SUPREMO?

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  4. Hola Juan, por el momento en Internet sólo se consigue una versión en ingles, acá te dejo el link:

    http://selfdefinition.org/psychology/Robert-S-De-Ropp-The-Master-Game.pdf

    De todas maneras si tu inquietud es relevante tendrías que contactarte a través de mi mail.
    Saludos

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  5. Hay también un autor muy interesante, discípulo que fue de Ouspensky y de Gurdjieff y que parece no se menciona en este blog al que acabo de incorporarme para seguir. Se trata de Maurice Nicoll, médico y psicólogo británico que asistió a las conferencias de Ouspensky y que más adelante recibió el permiso de Gurdjieff para impartir sus enseñanzas. Este hombre escribió un importante tratado basado en las citadas enseñanzas: "Anotaciones Psicológicas a las Enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky". Se trata de un extenso libro editado en cinco volúmenes con un total de más de 1800 páginas. El original en inglés es el genuino que conviene leer si se tienen conocimientos de ese idioma, ya que hay una traducción al español pero no es muy afortunada bajo mi punto de vista, pues es farragosa y a veces no interpreta bien las enseñanzas vertidas en el original, aunque en general puede servir de base para empezar. Los libros en ingles se pueden descargar de:

    http://www.gianfrancobertagni.it/materiali/gurdjieff/nicoll_commentari1.pdf

    Poniendo commentari2, 3, 4 y 5 salen el resto de volumenes.

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    1. Muchas gracias por tu aporte, efectivamente Maurice Nicoll ha quedado relegado, pronto colocaré alguna entrada relacionada a su particular forma de transmitir las ideas de Gurdjieff y Ouspensky.

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  6. Para JGDS
    La entrada del blog “Breve explicación de las ideas del Trabajo” pertenece a Maurice Nicoll. Es una interesante síntesis del Trabajo y un panorama de su forma particular de transmitir las ideas del Cuarto Camino.

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  7. Las enseñanzas de Dario Salas Sommer estan dirigidas al desarrollo del Juego Supremo.

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    1. Agradezco tu comentario. No conozco en profundidad las enseñanzas de Dario Salas Sommer, así que respeto tu opinión. Recuerdo haber leído parcialmente, hace ya muchos años, el libro “Los brujos hablan” que editó bajo el seudónimo de John Baines, en su momento no encontré resonancia con el mensaje, en esa etapa ya tenía afinidad con las ideas de Gurdjieff / Ouspensky y recuerdo que este libro tenía una cantidad de postulados, es decir ideas o conceptos que tenía que aceptar sí o sí para seguir el entendimiento del libro, lo que podía experimentar estaba supeditado por la aceptación previa de determinados conceptos. Como dijo Ouspensky: Lo buscado no se puede interpretar por lo dado o lo desconocido no se puede interpretar por lo que conocemos.
      De todas maneras “El juego supremo” es un juego individual, las sanas enseñanzas sólo cumplen un papel orientativo, cuya principal característica es respetar la individualidad del participante, es decir sin generar miedos, presiones, condicionamientos o adoctrinamientos con ideas que están más allá de su comprensión y capacidad de experimentación; esto entre aspectos.
      La idea es que el hombre es un ser incompleto desarrollado por la naturaleza hasta cierto punto, después todo ulterior desarrollo depende de él. El quid es que el desarrollo debe ser realizado por el propio hombre transitando su particular senda, no que otros lo hagan por él, es decir inculcándole ideas, pseudo verdades, conocimientos, los cuales generan un ser realizado desde afuera, programado, sugestionado y condicionado acorde a la enseñanza seguida, ocultando y tapando aún más sus posibilidades y su esencial ser, desde donde debería desarrollarse libremente.
      Más allá de este comentario, como dije al principio, respeto tu opinión.
      Muchas gracias

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