8 TRAMPAS DEL PSEUDO TRABAJO




Esta entrada es la continuación, con explicación detallada, de cada una de las "8 Trampas del Pseudo Trabajo" mencionadas en el tema "Pseudo Trabajo o Trabajo Fantasía".

Las desviaciones de una meta interior pueden ser sutiles y difíciles de percibir. El pseudo Trabajo o Trabajo-fantasía toma la forma de 8 trampas típicas. Cualquiera que trate de entrar en el Trabajo Real, cae tarde o temprano en una de estas trampas. Tales caídas son inevitables. 

Cualquier seguidor realista del Trabajo lo sabe y se prepara para confrontar las trampas por adelantado. Esto involucra conocer lo qué ellas son, saber detectar si hemos caído en ellas, y saber cómo salir de ellas.


CARACTERISTICAS DE LAS PRINCIPALES 8 TRAMPAS DEL PSEUDO-TRABAJO

 

Trampa Nº1

El Síndrome de Hablar-Pensar.

 

Esta es una trampa sutil en la que muchos pueden caer. Estas personas por lo general hablarán y discutirán todo acerca del Trabajo. Piensan y charlan a todas horas sobre el Trabajo. Pero hablar y pensar acerca del Trabajo no producirá resultados, sería similar a creer que hablar y pensar acerca del sexo produciría bebés. El Trabajo Real requiere detener el diálogo interno. Estamos tan acostumbrados al parloteo incesante que no nos sentimos cómodos en un estado de silencio interior. Forzosamente tenemos que hablar a alguien acerca de algo, y si no es posible, entonces comenzamos a hablarnos a nosotros mismos. Este hábito de hablar acerca del Trabajo es alentado por la tendencia de aquellos que piensan que están “en el Trabajo Real”, porque se reúnen en algún grupo formado para un gran propósito, el del despertar de la conciencia.

Teóricamente, estos grupos se supone que sirven a un propósito digno. La intención original es de alentar el intercambio observaciones, promover la objetividad, la sinceridad en el Trabajo, etc. Pero la mayoría de esos grupos raramente lo logran, porque, en la mayoría de los casos, la última cosa que la gente quiere hacer es confrontar sus propias debilidades. Se protegen de estos conflictos por medio de un elaborado sistema de amortiguadores psicológicos o topes, sin ninguna intención de sacrificar nada en lo absoluto.

Para hacer más grave el problema, la gente que dirige estos grupos tiene a menudo una ignorancia total sobre la ciencia de los tipos humanos. Debido a dicha ignorancia, no pueden entender las leyes personales que rigen y operan sobre los miembros de un grupo en particular. Sumada a esta ignorancia del líder de grupo promedio en general, se suma la vacilación de los miembros y su actitud de rechazo para confrontar sus laberintos personales y las bestias dentro de sí mismo.

No es sorprendente que tales grupos prueben tarde o temprano su inutilidad. De hecho, son peores que inútiles, porque alientan el síndrome de: hablar-pensar. La gente imagina, ya que gastan mucho tiempo hablando acerca del Trabajo, que están por lo tanto “en el Trabajo”. En los hechos actuales, bastantes veces no saben ni siquiera: qué es el Trabajo.

 

Trampa Nº2

El Síndrome del Devoto.

 

Un nombre alternativo para esta trampa es: “Adoro al Gurú”. Esta trampa se da cuando se desarrolla una devoción fanática y una creencia ciega en una doctrina o un Maestro. Esta devoción enceguece completamente al alumno, destruyendo toda capacidad de pensamiento individual y objetivo que alguna vez pudo poseer.

Todas las emociones son enfocadas en el “Maestro”, que alcanza el estatus de un dios a los ojos de los devotos. “El “Maestro nunca se equivoca”. Todas sus enseñanzas han de aceptarse al pie de la letra y en su totalidad. Si el maestro declara que existen dos lunas en el cielo terrestre, es porque tiene que haber dos lunas, aunque nadie haya visto ni un átomo ni rastro de una segunda luna. Si el maestro afirma que hay una ley cósmica que causa que los planetas se conviertan en soles, y los soles en galaxias, esto tiene que ser verdad, aunque científicamente sea una imposibilidad.

Este síndrome es una trampa no solo peligrosa, sino potencialmente destructiva. Es responsable de muchos de los desastres que han ocurrido a la humanidad. El peligro supremo del ser humano no está en el ladrón, en el violador o el asesino ordinario; sino que es ese ojo fanático que en adoración y ceguera total hacia su Gurú y en el nombre de cualquier sistema religioso o político, con gusto exterminará poblaciones enteras pensando que sus acciones están perfectamente justificadas, que hace lo correcto.

La mayoría de las atrocidades cometidas en el siglo XX han sido realizadas por este tipo de gente. Su capacidad de destrucción es ilimitada. Totalmente enceguecidos por su sistema de creencias, han perdido la capacidad de razonar objetivamente, han destruido totalmente en sí mismos la función de la Consciencia. Casi todos estos fanáticos son victimas de dos debilidades; la credulidad y la sugestión, que Gurdjieff definiera como las dos maldiciones de la raza humana.

Si la 3ª Guerra Mundial ocurre alguna vez, no será la responsabilidad de la torpeza militar o la indecisión política, sino la obra de devotos fanáticos, perfectamente dispuestos a volar el planeta en el nombre de una gaseosa ideología o doctrina en la que han puesto toda su enceguecida fe.

Trampa Nº3

El Síndrome del Falso Mesías

 

Esta trampa es la opuesta a la anteriormente descripta. Aquellos que caen dentro de ella llegan a estar convencidos de que ellos son “Maestros”, capaces de transmitir a otros determinadas verdades “vitales” acerca de la vida espiritual. La categoría del Falso Mesías no incluye lo que pudiera ser llamado consciencia espiritual estafadora. Tal gente, bastante deliberadamente, para su ganancia personal, inician alguna falsa religión o grupo, y generalmente sacan beneficios. Ellos son simples comerciantes que trafican con sueños. Sus actividades pueden ser vistas como ramas de la industria del entretenimiento.

Las víctimas reales de esta trampa son bastantes sinceras, pues se han convencido de que lo que proclaman es verdad. Generalmente esta gente ha tenido algún tipo de experiencia religiosa, quizás ha viajado a la India, quizás ha recogido una amalgama de ideas esotéricas de aquí y de allá, o directamente de algún Gurú, quizás ha experimentado con drogas y ha tenido lo que es conocido como experiencia psicodélica, quizás ha emprendido un "sistema" con ideas prestadas de otros sistemas, etc.

Todas las victimas de esta trampa tienen una cosa en común: se encuentran en un viaje del ego. Quieren seguidores, entre más seguidores mejor. Ésta es la característica que los distingue de los verdaderos Maestros. Los Maestros genuinos rara vez pretenden atraer discípulos. Al contrario, tratan de advertir que el camino es difícil, arduo y lleno de peligros. Insisten que es mejor mantenerse cómodamente dormido que despertar a medias.

Otra característica de las victimas del Falso Mesías es que difícilmente dejan escapar a sus seguidores, los quieren mantener en un permanente estado de dependencia. Aquellas "escuelas" iniciadas por estos "Maestros" nunca producen "graduados", nadie puede abandonar la escuela por su propia voluntad. El falso Maestro hace esclavos de sus seguidores, exige total obediencia, no apoya ni razón, ni acción individual y cualquiera que se rebela dentro de sus filas es considerado como "traidor" a la doctrina.

La conducta de un Maestro genuino es exactamente lo opuesto, pues siempre dará ánimos al discípulo a confiar en su propio juicio, a encontrar su camino individual, a descubrir al Maestro interior en sí mismo. Ofrecerá consejo sólo si el consejo le es pedido. El puede perfectamente poner un espejo psicológico en el cual el discípulo pueda reflejarse en su realidad interior, pero nunca forzara a nadie a mirarse en ese espejo. Nunca hará intentos para mantener a ninguno de los discípulo, si desean abandonarlo les dará alas para que así lo hagan. No le interesa rodearse de corderitos hipnotizados que creen cada palabra que el dice. A él le interesa solo una cosa, la Liberación, no el sustituir una forma de esclavitud por otra. Él no obtiene satisfacción por dominar a sus seguidores. Tales juegos del ego no le interesan. Ya sea que tenga un alumno, o cientos de discípulos o ninguno, para él, no representa una gran diferencia.

Otra característica del falso Mesías es: su amor propio. Éste toma varias formas. Quizás se vestirá con ropajes fantásticos y se adjudicará varios tipos de títulos esotéricos, se bautizará con nombres como “Gran Alma”, “Mahatma”, “Maharashi” o “Baghwan”, “Gran Iniciado” o “Magus”. Todos sus discípulos deberán referirse a él con estos títulos y en total reverencia. La conducta de un Maestro genuino es exactamente lo opuesto. No busca títulos, ni reverencias, ni se viste con ropajes. Además, deliberadamente dará choques a los discípulos adoptando actitudes "indignas de un Maestro" para ver las reacciones que provoca. Estando libre de ego le es indiferente si la gente le admira o lo vitupera. No necesita de admiración, ha alcanzado un punto en el que ni la adulación ni el insulto hacen mella en él.

Trampa Nº4

El Síndrome de Organización

 

Ésta es una trampa peligrosa, y en donde grupos enteros de personas pueden caer. Juega un importante papel en el Trabajo-Fantasía, y quizás sea llamada la piedra fundamental de tal Trabajo de engaño. El Síndrome de la Organización se desarrolla, cuando un Maestro genuino muere y sus allegados o discípulos de más antigüedad, consideran un deber sagrado, el continuar "la Obra del Maestro".

Así que se forma una organización, de esta organización nace una jerarquía. El rango en la jerarquía no depende del nivel del ser individual, sino de la cantidad tiempo que han estado en el trabajo y de su cercanía con el Maestro cuando estaba vivo. Tales jerarquías tienden a llegar a ser fosilizadas. Desalientan la independencia y la libertad de acción en el trabajo, y toman refugio en la ortodoxia rígida. Todas las enseñanzas y los métodos que legó el Maestro deben ser preservados y transmitidos exactamente, así como fueron enseñados.

Esta gente, pilares de la ortodoxia rara vez comprenden que los tiempos, las situaciones y la gente cambia y que los métodos que alguna vez fueron eficientes en un tiempo dado, quizás ya no sirvan para nada, que lo que fue útil en una época, puede ser inútil en otro tiempo y sobre todo en otro lugar. También ignoran el hecho de que antigüedad no es sinónimo de progreso espiritual. El hecho de que alguien haya estado cuarenta o cincuenta años “en el trabajo” no lo convierte automáticamente en un Maestro liberado.

Los mal llamados "discípulos antiguos" en el Trabajo son los que por lo general han perdido una real comprensión de las metas del trabajo. Quizás esté operando en piloto automático, bastante mecánicamente. Conoce todas las frases estándar al derecho y al revés, las técnicas "aprobadas" por la ortodoxia y las pueden exteriorizar sin esfuerzo alguno cada vez que se oprime el botón correcto. Por eso quizá es que dan la impresión de poseer autoridad. Lo triste es que los jóvenes que penetran en las filas de la organización son los que más peligro corren que se les lave el cerebro, al pensar que la autoridad de esta gente esta justificada.

El hecho es que la gente mayor se encuentra por lo general en un callejón espiritual sin salida. Habiendo olvidado el propósito inicial del Trabajo, se ocupan de la política de la organización. En ese sentido no son más que politiquillos frustrados. Es de dudarse si alguien pueda en realidad sustituir al Maestro y continuar su Obra, porque un Maestro genuino, desarrollará sus propios métodos de acuerdo con sus habilidades e intereses especiales. Gurdjieff, por ejemplo, fue, como él mismo lo dijo: “Un maestro de danzas”. Él enseñó a través de los movimientos. Ciertamente ésta no fue la única manera en la que enseñó, sino que los movimientos jugaron un rol muy importante en sus métodos. Otro Maestro, quizás coloque el énfasis en alguna forma diferente de Trabajo, en la meditación, o en el teatro interno y externo, o en los ejercicios respiratorios.

Existen muchas técnicas, algunas más efectivas que otras, algunas útiles para cierto tipo de personas, y algunas útiles para personas diferentes, de acuerdo al tipo individual y a su psicología. Pero los "pilares de la ortodoxia" que consideran su deber sagrado el "continuar con la obra del Maestro" no se dan cuenta de que lo que el Maestro dejó quizás ya no sea apropiado para las condiciones presentes de existencia. Tampoco toman en seria consideración si ellos mismos han en realidad comprendido la enseñanza real del Maestro.

El Síndrome de la Organización es tan malo para los discípulos como para la jerarquía que se hace cargo de la institución. Es malo para los discípulos por que les ofrece una forma atractiva de mantener el subterfugio de la ilusión, un bello truco. Creen que están “en el Trabajo” porque se reúnen, charlan, ejecutan movimientos y por lo tanto pertenecen a una Tradición. Si se quedan por el tiempo suficiente quizá se levantaran por las filas de la jerarquía y llegaran a ser dirigentes de grupos. Quizás terminaran imaginando que ellos mismos son "Maestros". Desafortunadamente las actividades de la organización se pueden volver en extremo mecánicas. Tienen tan poco efecto para los seguidores a nivel interno, que es lo mismo que ir a la iglesia todos los domingos. Para esta gente todo se ha vuelto un hábito. Es como ir el sábado al cine o al restaurante.

Es en extremo difícil el escapar de esta trampa, tanto para los miembros de la jerarquía como para los neófitos que se supone están guiando. A mucha gente les encanta esta trampa y son felices de permanecer en ella. Prefieren la fantasía a lo real. Les encanta que les digan qué hacer, que pensar, que posturas y máscaras adoptar, pues les ahorra el supremo conflicto de razonar y tomar responsabilidades por sí mismos. Pero a veces sucede, que dentro de una moribunda organización, se da el caso que se forma un Maestro genuino, con el poder suficiente de romper la trampa y liberar a aquellos atrapados en ella, siempre que ellos tengan el anhelo de ser liberados. Algo similar sucedió entre las filas de la Sociedad Teosófica cuando Krishnamurti, tuvo el valor de disolver la organización que había sido preparada para él (La Orden de la Estrella) y sin miramientos expuso la manipulación de la que habían sido objeto sus miembros.

Para ello se necesita mucho valor, pero ésta es una característica propia de los verdaderos Maestros, que sin vacilar destruyen ídolos, rompen sueños, exterminan sistemas dogmáticos hechos en serie, cortados a la medida, igual que un vestido barato. El Maestro es un enemigo declarado de ortodoxias, desconfía de jerarquías. Es un espíritu libre cuyo único interés es el de ayudar a otros a obtener su verdadera y genuina libertad.

Trampa Nº5

El Síndrome de la Salvación Personal

 

Ésta es una trampa sutil y peligrosa. Ha sido la maldición de las tres religiones de Abraham; el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Este síndrome ha convertido todas estas religiones en cultos de culpabilidad, donde los humildes devotos imploran a un Dios en las 'alturas' el ser perdonados por sus 'pecados' y les otorgue algo vagamente descrito como salvación. Pero me pregunto, ¿salvación de qué o de quién? Supuestamente del “infierno”. Salvación del fuego eterno, que ha sido uno de los métodos preferidos entre los sacerdotes, rabinos o mulahs de estas religiones, para atemorizar a los fieles y así se comporten de acuerdo a la manera que los sacerdotes pretenden.

Mas un error fatal yace bajo la estructura del Síndrome de Salvación Personal y es el siguiente. Aquellos que sufren de él, imaginan que el yo personal, el así llamado ego, puede ser salvado o condenado. Si van a los cielos, sería su yo personal, así el Sr. Pérez o la Sra. Pérez irán en ascensión en medio de una hueste de angelitos e instrumentos de cuerda en sinfonías celestiales. O si contrariamente, caen en el pozo del infierno, serán el Sr. o Sra. Pérez los que estarán chillando y gritando de dolor y de terror en medio de las llamas y de una colección de demonios de diferentes jerarquías. Así que las vidas del Sr. Pérez y de la Sra. Pérez, dominadas como están bajo esta absurda superstición, se vuelven un manojo de conflictivos sentimientos de culpa y al mismo tiempo, simple y sencillamente, no pueden dejar de pecar, pero tampoco no dejan de desear, ni de buscar su "salvación personal".

Si solo supieran que la salvación real nada tiene que ver con la personalidad. La salvación no es otra cosa más que la liberación del sentido del "yo personal", de la percepción fragmentada del 'yo', de los limitados y estrechos confines del ego. El reino de los cielos, que ha llegado a ser una frase sin significado, se refiere a ese estado de liberación del ego. Jamás podremos penetrar en el "Reino de los Cielos" vestidos con nuestros egos, como dice el evangelio del camello, que es más fácil que pase por el ojo de una aguja. Constantemente preocupados por “Qué tengo que hacer yo para ser salvado”, "Mi salvación", solo empeoramos las cosas pues es el "yo", el "mi" lo que no puede ser salvado. El "Yo" es el obstáculo. El creador y sustentador de la gran ilusión y herejía de la separatividad.

El verdadero Trabajo es la operación alquímica de separar el "yo" para trascender el estrecho ego, lograr la unión, la yoga con el verdadero Ser, real e impersonal, fuera del marco del espacio-tiempo. "Aquel que ve al ser en todas las cosas y todas las cosas contenidas en el ser, ese es libre". Al ser liberado, no hay necesidad de preocuparse por la fatalidad personal. Ya no se molesta en preguntar si va a ser salvado o castigado, ni le interesa saber a dónde ira después de la muerte. Para él, todas las ideas acerca del cielo o del infierno son cuentos fantásticos que sólo son para niños, pues el centro de gravedad de su persona ha sido aniquilado y toda charla sobre la tan cacareada "salvación" se vuelve superflua e insignificante. No puede existir salvación para el yo personal porque está basado en una ilusión.

Trampa Nº6
El Síndrome de los Súper Esfuerzos

Esta trampa sutil puede también ser llamada: “el síndrome del Monte Everest”. Consiste en creer que el Trabajo involucra algún tipo terrible de intensos súper-esfuerzos, similares a los que realiza un alpinista que lucha por alcanzar la cumbre del Monte Everest con un solo brazo. La trampa es sutil porque la idea detrás de esto es muy cercana a la realidad.

El Trabajo involucra grandes esfuerzos, pero son esfuerzos de un tipo muy especial. Son más parecidos a la habilidad de un caminante en la cuerda floja, o a un malabarista. Se requiere una constante atención y esfuerzo en perfecta armonía, más que la imagen del super-esfuerzo que comúnmente se desarrolla en esta trampa, y no se parecen para nada a aquellos esfuerzos llenos de heroísmo con los que se entrena a los soldados, o de los escaladores del Monte Everest.

El origen de este malentendido toma su raíz en la misma naturaleza del Trabajo. El verdadero Trabajo consiste en una lucha constante en contra del estado de identificación. La identificación se entiende por el proceso de sumergirse totalmente en lo que uno esta haciendo de forma que toda percepción objetiva desaparece, aun la percepción de nuestra propia existencia. La mayoría de la gente pasa su vida entera viviendo en este estado, y nuestra cultura está diseñada para fortalecer su continuidad. Siempre se nos está apremiando a tomar partido, a identificarnos con algo. Con un sueño, un proyecto, una creencia, una ambición o un juego. Estamos tan acostumbrados a estar en este estado de identificación, que difícilmente podemos imaginar sea posible vivir de otra manera.

Es posible que las personas lleguen a estar identificados con lo que imaginan que es el Trabajo, esto significa, que se aproximen al Trabajo con una actitud de trágica consternación y exagerada seriedad. Están seguros de que deben exigirse de sí mismos no esfuerzos ordinarios, sino super-esfuerzos. No comprenden que el Trabajo es un juego de habilidad para ser jugado suavemente y con un espíritu de desapego. Para la gente con este síntoma, el Trabajo se convierte en una clase de prueba. Esta severa actitud, ceñuda e inflexible produce terribles estados emocionales, exceso de tensión y de incomodidad. Cualquier fracaso para persistir en los súper-esfuerzos, produce un sentimiento de culpa.

La culpabilidad, a su vez, genera un aspecto desagradable: la auto-tortura, tan común en la cultura de culpa occidental sobre todo entre fanáticos religiosos. Estos fanáticos se auto-castigan y flagelan una y otra vez por procedimientos tales como: usar prendas de vestir incomodas, con espinas, o con pelos, o toman largos períodos de ayuno, colgarse cadenas, prácticas de abstinencia sexual o se privan de horas de sueño, etc. También desarrollan el pernicioso hábito no solo de auto-flagelarse, sino de también castigar a los demás, especialmente a aquellos que no están de acuerdo con sus métodos empleados y que no están de acuerdo con su religión o doctrina en cuestión.

Pero además el Síndrome del Super-esfuerzo produce otro efecto sutil. Los organizadores del Trabajo, que usualmente sucumben a esta trampa, normalmente asignaran un período de tiempo para ser dedicado al super-esfuerzo. Tiempo en el cual, todo estará destinado para hacer la existencia de los que toman parte, tan incomoda y tan difícil como sea posible. Habrá quizás lecturas interminables de sagradas escrituras, largas horas de dura labor manual y física, ejercicios especiales supuestamente diseñados para promover el "recuerdo-de-sí", etc. Quizás habrá poca comida, pocas horas de sueño, nula calefacción en invierno y condiciones incomodas en general. Una actitud de resignada determinación impregna el ambiente. Hacer o morir, conquistar o fracasar.

Es posible que para aquellos que comprenden lo que están haciendo esto no sea del todo negativo y ganen algo de esas pruebas difíciles. El problema es que muchos emprenden estos retiros de prueba, sin saber ni entender por que lo que hacen. La prueba en sí se convierte en una excusa para un viaje puramente del ego. Un espíritu de competencia se desarrolla, como un concurso, una carrera para saber quien puede soportar más humillación, más trabajo, más malos tratos, hambrunas, etc. sin ninguna queja externa.

Pero el verdadero daño solo aparece después de estas orgías de auto-negación y auto-tortura. La reacción no se hace esperar. Cualquier energía recuperada o ganada durante los días de privación, en lugar de ser usada en algo creativo, es dilapidada en disipación y excesos a los que se tuvo que renunciar durante esos días de "retiro espiritual". Esta gente se siente con su sagrado derecho a gozar. ¿Acaso no estuvieron haciendo super-esfuerzos? ¿No se merecen descansar, tener un placer o dos? Pierden todo lo supuestamente ganado en actividades a veces peligrosas para la salud.

El Síndrome del super-esfuerzo es un obstáculo para comprender la verdadera naturaleza del Trabajo interior. El Trabajo verdadero no es heroico y no se trata de hacer esfuerzos espectaculares. Más bien se compara a los movimientos pacientes y elegantes de un escultor modelando un duro material como la piedra o el marfil. Es un conjunto de esfuerzos constantes y sin pausa, no un gran super-esfuerzo. Esto necesita de una paciencia ilimitada y requiere de una voluntad que esté dispuesta de empezar una y otra, y otra vez. Sobre todo se trata de liberarse de la identificación, pues la identificación destruye el verdadero trabajo y lo reemplaza por el trabajo fantasía y lo hace tan sutilmente que muchos de los que caen en esta trampa simplemente no la ven.

Trampa Nº7
El Síndrome de las Reuniones Dominicales

Ésta es una de las trampas más obvias. Está estrechamente ligada con la trampa de Organización, pues necesita una organización para manifestarse.

Los que caen en esta trampa pierden toda visión del verdadero propósito. El Trabajo real sobre ellos mismos es sustituido por la visita regular a la organización. Asisten a las reuniones de manera mecánica, por hábito. Por asistir, despiertan el sentimiento de pertenecer, de que se salvarán y la confianza de que ellos realmente “están en el Trabajo”. Cuando están en las reuniones, hacen los ruidos que se espera de ellos, expresan una o dos observaciones, escuchan las lecturas, leen libros, y todo lo demás. Y una vez que abandonan la reunión, se olvidan por completo del Trabajo sobre sí mismos.

En este tipo de gente, el Trabajo se ha convertido en una mera manifestación de la personalidad. Es totalmente artificial. Quizás hubo una época en que llegó a representar algo real, pero este contacto desde hace tiempo se ha perdido. Todo esta basado en fantasías y mentiras, así de simple. Esta fantasía es producida por el mecanismo para crear ilusiones, que opera sin descanso y que es tan sutil en el cerebro humano.

Trampa Nº8
El Síndrome de la Búsqueda del Gurú

Es también una trampa muy obvia. Los que caen en ella, gastan sus vidas yendo de maestro en maestro, exigiendo que éste o aquél les revele los grandes secretos del Trabajo. No aceptan ni entienden que no existen secretos que puedan ser revelados. Los secretos del Trabajo se protegen a sí mismos. Sólo pueden ser descubiertos a través de una práctica y dedicación sincera, y esa práctica debe alcanzar un cierto nivel de intensidad y continuidad antes que el secreto pueda ser revelado ante el practicante.

Aquellos que caen en esta trampa, no tienen intención alguna de trabajar ni de practicar continua e intensamente. Lo quieren todo presentado en una charola de plata. Si no se les presenta el trabajo de esta manera, concluyen que el Gurú es un impostor que de nada sirve, que es un fraude y deambulan en busca de otro Gurú. Su búsqueda nunca termina, o sólo termina cuando ellos mueren, por la simple y sencilla razón de que no desean que ésta termine. Para ellos, la búsqueda y la cacería han llegado a ser un juego en sí mismo. Hace mucho tiempo olvidaron lo que estaban buscando realmente.
Robert S. de Ropp

Traducido y extractado por Alfredo Marinelli del libro "Self-Completion: Keys to the Meaningful Life" - Gateway Books & Tapes, para el blog: Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación

NACIDO BUSCADOR


NACIDO BUSCADOR

Henri Tracol

El hombre ha nacido buscador...

Por su sensibilidad natural a las vibraciones de un vasto campo de impresiones, ¿no está abocado a un perpetuo asombro? Llamado por necesidad a seleccionar entre esas impresiones las que se prestan a una asimilación consciente -y por eso mismo a aproximarse a una percepción auténtica de su propia identidad- ¿no está destinado a interrogarse sin descanso?

Tal es su verdadera vocación, su derecho de nacimiento. Puede olvidarlo, negarlo, enterrarlo en las profundidades de su ser inconsciente; puede separarse, hacer mal uso de ese don escondido, y alejarse cada vez más de la realidad; puede incluso intentar persuadirse de que ha alcanzado de una vez por todas las orillas de la Verdad Eterna. Qué importa, esa llamada secreta permanece viva, incitándolo en lo más profundo de sí mismo a intentar, intentar cada vez más intensamente comprender el significado de su presencia sobre la tierra. Pues él está aquí para despertarse, para recordarse y para buscar, una y otra vez.

¿Buscar qué? se preguntará. A buen seguro debe tener una meta definida, un designio, un objetivo a alcanzar en el momento oportuno. ¿Los representantes de la ciencia moderna no nos han advertido -por lo general- que a su vez: "Si no sabes lo que buscas, no sabrás nunca lo que de hecho has encontrado."? Pues según ellos, lo que es matemáticamente previsible debe siempre prevalecer sobre el desafío lleno de promesas de la incertidumbre. Pero ninguno de ellos os escuchará si os atrevéis a insinuar que "saber de antemano" condena inevitablemente a no "encontrar" nada. En verdad no se puede escapar al viejo espanto de la "quididad" 1 más que a condición de recordar las palabras de Scot Erigène: "Dios no sabe lo que es, ya que El no es para nada algo."
 
No puedo evitar evocar aquí mi último encuentro con un amigo de cierta edad que estaba a punto de emprender lo que, sentía él, iba a ser su último viaje a los Santos Lugares y a donde los sabios de Oriente. Al despedirme le dije: "Te deseo que encuentres allá lo que buscas". Con qué sonrisa apacible me respondió inmediatamente: "Puesto que en realidad no busco nada, quizás lo encontraré..."
  
Desembaracémonos inmediatamente de un posible malentendido y digámoslo bien claro: ningún conocimiento real puede ser alcanzado por simple efecto del azar. Tal es el poder de fascinación de la existencia y de sus ilusiones pasajeras que nuestro interés se desvía sin cesar de la inmediata percepción de lo esencial. Dejarse arrastrar por "visiones" y "descubrimientos" persuasivos, por seductores que sean, o ceder al encanto de lo que se llama "la búsqueda por la búsqueda", es simplemente complacerse en un sueño despierto, una forma de auto-tiranía totalmente incompatible con las necesidades objetivas del hombre.

¿Entonces cómo emprender una búsqueda auténtica?

En lugar de someterse de golpe a la llamada de una "vía" particular, se debería de entrada esforzarse con humildad hacer sitio a algunas de las exigencias requeridas para empezar con buen pie.
 

El primer paso, lo esencial, ¿no es un acto de reconocimiento: reconocimiento de la imperiosa necesidad de la búsqueda misma, de su prioridad, de su urgencia para aquel que aspira a despertarse y a asumir tan plenamente como sea posible su existencia interior y exterior?

Cada vez que un hombre se despierta, se despierta de una presunción: la de haber estado siempre despierto, y por lo mismo ser dueño de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus acciones. Es en aquel momento que se da cuenta -y aquí está el lado sombrío de esta toma de conciencia- de su profunda ignorancia de sí mismo, y hasta qué punto sigue bajo la estrecha dependencia del tejido de relaciones por el cual existe, perpetuamente a merced de la menor sugestión que surge en él en un momento cualquiera.
 

Puede también despertarse -aunque no sea más que por un instante- a la luz de una conciencia más alta, permitiéndole entrever el mundo de posibilidades escondidas al que pertenece por esencia, ayudándole a sobrepasar sus propios límites y abriendo la vía a la transformación interior.
 

En el instante mismo la llamada de la búsqueda resuena en él y la esperanza nace en su corazón. ¡Pero desgraciado de él si se cree a salvo en adelante! La visión no dura -quizás no está hecha para durar- y se encuentra con la impresión vertiginosa de zozobrar una vez más en el torbellino irreversible de sus propias contradicciones.

Sintiéndose perdido, puede perderse aún más en su búsqueda por reencontrarse; experimentando su ceguera, puede acrecentarla esforzándose por ver; tomando conciencia de su esclavitud, puede dejarse encadenar más estrechamente aún por su búsqueda de libertad. Hasta que de pronto se despierta de nuevo, y todo el proceso vuelve a comenzar. A la larga, de esfuerzo en esfuerzo y de fracaso en fracaso, puede que consiga al fin reencontrarse para asumir el papel preciso que le corresponde en este drama desconcertante.
  
Cada vez que un hombre se despierta y recuerda su meta, al mismo tiempo que a este milagro efímero, él se despierta a un enigma insoluble. Se da cuenta por momentos de que a fin de despertarse estaba condenado al sueño, de que a fin de recordarse estaba condenado al olvido.
 

Tal es la ley de esta situación equívoca: sin sueño no hay despertar, sin olvido no hay recuerdo. Desde entonces, si se obstina en buscar lo que está más allá de la ambivalencia, descubrirá lo que no era más que otro fantasma. De hecho hay, y siempre ha habido, una secreta continuidad en su ser, que está en parte reflejada en la estructura inmodificada de su cuerpo y la actividad cíclica de sus funciones. Pero en un mundo de energías en perpetuo movimiento, una continuidad tan relativa no puede ser nunca asimilada a la inmutabilidad. La ley de la existencia humana es: devenir o morir. Si un hombre debiera permanecer para siempre inmóvil y fundirse en la eternidad, su presencia sobre la tierra casi no tendría sentido ya.

Tal es la verdadera condición humana: su aceptación lúcida y total se revela indispensable. Sólo ella puede ayudar al verdadero buscador a reafirmar su determinación interior. Debe estar dispuesto a adaptarse a una realidad constantemente cambiante, dispuesto a acomodarse a la ley de la alternancia y de los vuelcos sucesivos del destino, dispuesto a conformarse a todo lo que pueda presentarse de favorable o de hostil, dispuesto a rechazar todo deseo ilusorio y a no contar con resultado ni recompensa.

Tarde o temprano deberá intentar no solamente aceptar los riesgos, sino responder al desafío con conocimiento de causa y exponerse él mismo al peligro. Es solamente entonces cuando responderá verdaderamente a la llamada. Lejos de abjurar de las revelaciones recibidas a través de enseñanzas que ha podido encontrar anteriormente, tratará de "verificarlas" -es decir, experimentarlas como verdades para él mismo, aquí y ahora. Una participación consciente en lo que para él es la evidencia misma, tal es la meta de aquel que busca sinceramente: meta tan próxima y al mismo tiempo tan lejana, meta que le es continuamente ofrecida y continuamente retirada- y eso a fin de que pueda continuar buscando.

Para un hombre, buscar es una tarea sagrada, que se sitúa mucho más allá de sus esperanzas y de sus gustos personales. Si él le da su asentimiento y si se esfuerza con perseverancia por cumplirla, experimentará que su búsqueda corresponde verdaderamente a la vez a sus necesidades esenciales y a sus capacidades propias.
Paciencia -mucha paciencia. Aguante y determinación, vigilancia y prontitud, disponibilidad y flexibilidad consciente: todas estas cualidades le son indispensables.
  
 Quizás llegará un momento en que se dará cuenta de que para desarrollar sus posibilidades latentes tiene necesidad de un guía y de un apoyo. Liberado de toda pretensión de ser "alguien que sabe”, se pondrá deliberadamente bajo la autoridad de un Maestro.
 

¿Para recibir su enseñanza y seguir sus directrices? Sí, y lo que es más, para recibir y estudiar la manera en que el Maestro se comporta en la vida y con los demás, para observar cómo transmite su comprensión por su propia conducta y por el tono de su voz, y finalmente para ser capaz de recibir plenamente su mirada silenciosa.
 

Sometiéndose a tal aprendizaje el buscador se libera progresivamente de sus prejuicios y se hace sensible a una multitud de manifestaciones o testimonios de búsqueda donde quiera que los encuentre -y esto cualquiera que sean las aparentes contradicciones que descubra entre sus respectivas formas- pues sabrá reconocer que todas se refieren a ese mismo desconocido al que él mismo se siente ligado.

Dicho esto, se puede preguntar por qué el elocuente dibujo de Sengaï ha sido elegido como motivo para este libro 2.  ¿Esta pintura zen no parece como un gesto de desembocadura a la que debió ser para el artista la búsqueda de toda una vida? No podemos dejar de representarnos a Sengaï preparándose, meditando horas en una calma perfecta; después, una vez la tinta lentamente removida y diluida con cuidado, el pincel que se levanta, queda un momento suspendido en el aire como un águila observando su presa, y de un solo golpe he aquí: círculo, triángulo, cuadrado.
 

¿Pero qué especie de geómetra es entonces este hombre? ¡Mirad un poco su “cuadrado”! ¡La imprecisión de las líneas, la palidez de la tinta!
 

Pero con toda evidencia Sengaï no le importa, la preocupación ordinaria de exactitud no es de su competencia. Con toda evidencia él está más interesado por la relación interna entre los tres símbolos,  y por la manera en la que se engendran uno a otro. Su sucesión es en sí misma un enigma. Si le prestamos atención, comprendemos que el movimiento se desarrolla naturalmente de derecha a izquierda. Siguiendo el trazo del pincel cerramos el círculo, lo abandonamos por el triángulo y finalmente desaparecemos en el último toque del cuadrado.

Para nosotros, aceptar esta interpretación del orden de sucesión puede resultar difícil, pues según nuestro sistema occidental de asociaciones nosotros lo vemos automáticamente desarrollarse de izquierda a derecha... Así es como nosotros estamos habituados a “leer” las cosas, a progresar hacia el punto final y el cierre del círculo.
 

Existen de hecho indicaciones pertinentes sobre la intención probable de Sengaï. El profesor D.T. Suzuki, eminente autoridad en materia de budismo Zen, propone esta interpretación: el circulo representa lo “sin forma”, la vacuidad, el vacío donde no hay aún ninguna separación entre la luz y las tinieblas; el triángulo evoca  el nacimiento de la forma a partir de lo “sin forma”; y el cuadrado, combinación de dos triángulos opuestos, representa la multiplicidad de las apariencias.
 

Del Uno sin límites a la inagotable variedad de formas en las que se divide, del secreto de la Esencia a la Manifestación siempre proliferante, tal es el misterio de la Creación involutiva.
 

¿Pero debemos verdaderamente contentarnos con la visión maravillosamente concisa de Suzuki como la única digna de fe? A menos que por esta aquiescencia demasiado fácil no traicionemos a la vez, en un sentido, la pintura y la interpretación. Más valdría mantener nuestro espíritu abierto al flujo de las sugestiones venidas de otras fuentes, por ejemplo a la cuadratura del círculo de los alquimistas, o incluso a aquellas que pueden surgir de nuestras profundidades más íntimas, guardándonos de sucumbir a la seducción de ninguna de ellas.

¿Estamos dispuestos ahora a superar la peligrosa fascinación de las contradicciones aparentes?
 

Reflexionemos en el orden que ha sido adoptado para las tres partes de Búsqueda y en la manera en que han sido concebidas para armonizarse a la composición de izquierda a derecha del motivo. Aquí, de nuevo, la ley de alternancia se nos impone, pues es tiempo ahora de remontar a la fuente.

Exiliados sobre este lejano pequeño planeta donde nuestra única opción posible de supervivencia exige las defensas protectoras de la estabilidad material -cuadrado-, debemos hacer laboriosos esfuerzos para encontrar orientación, ayuda y método -triángulo-, hasta el momento en que estemos dispuestos para la última búsqueda: el retorno al origen, al comienzo -círculo-, de donde... pero esta es otra historia -o, mejor dicho, la misma historia siempre recomenzada.

El buscador nato no puede escapar al laberinto. Quizás comprenderá que él mismo es el laberinto y que ninguno de los fracasos, ninguna de las "respuestas" que se presentan a lo largo del camino lo detendrán jamás en su progreso hacia el centro de su propio misterio. Lejos de intentar sustraerse al desafío cultivará la esperanza de llegar a ser cada vez más capaz de responder a él: sólo esto dará un   sentido a su búsqueda.
Henri Tracol

1.Quididad, es la traducción al castellano del latín "quidditas" o "quiditas", la cual a su vez proviene del latín "quid", ¿qué es?, ¿qué cosa?, o de manera indeterminada: "algo". En ocasiones se latiniza también como «quiddidad». Enfilosofía, el término quididad, fue usado dentro de la escolástica medieval por Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII, le otorgó la acepción de sinónimo de esencia, de naturaleza.
2. Es el dibujo que se reproduce al principio de este texto.

Traducido y extractado por Javier Encina de "Search", Introducción a Búsqueda. Serie de estudios publicados bajo la dirección de Jean Sulzberger. Harper & Row, New York, London, 1979. 
Colaboración para el blog: Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación.