Introducción
por Alfredo Marinelli
El trabajo con la atención entra dentro de todo trabajo sobre uno mismo.
Éste es el terreno sobre el que se basan muchas cosas. Si no podemos reconocer
la diferencia entre atención voluntaria y atención involuntaria, estamos
viviendo en un mundo de sueños. La ciencia de la atención es difícilmente
conocida en el mundo actual, y llegar a una real comprensión de esto toma mucho
tiempo, una vez que hemos sido condicionados por la cultura contemporánea.
J.G.
Bennett
Si se tuviera que generar una escala de jerarquía de las ideas y las prácticas de las enseñanzas de Gurdjieff, el trabajo sobre la atención sería una de las primeras. Nada es posible en el “Trabajo” sin la ciencia de la atención, ya que ningún trabajo puede realizarse en el sueño, se pueden realizar prácticas y ejercicios, pero mientras se realicen en el estado de atención unilateral, es decir en el estado de identificación y fascinación característica del mal llamado estado de vigilia, los mismos carecerán de “resultados” trascendentes. Los mejores esfuerzos y las mejores intenciones desencadenarán en un estado de impotencia y frustración si se realizan desde la atención unidireccional.
Toda posibilidad ulterior al estado ordinario generado por los distintos condicionamientos, como la mecanicidad, la sugestión y la ignorancia, va a depender de la capacidad para el estudio y el control de la atención.
Los cinco sentidos que nos conectan con el mundo externo funcionan sobre la base de la atención, por lo tanto, las distintas áreas de nuestro funcionamiento -llamadas en el Trabajo centros- ya sea el movimiento, la emoción o el intelecto, disponen de una atención específica que es direccionada por el evento en sí, atrapando nuestra atención, esto es atención involuntaria. También podemos colocar nuestra atención intencionalmente hacia un acontecimiento o hacia algo específico, esto es atención voluntaria, es prestar atención. En ambos casos, casi siempre, perdemos la capacidad de auto-percibirnos. Es en estas instancias en donde se genera la total ausencia de uno mismo, ya que se pierde el estado de presencia que le pertenece a todo ser humano. El resultado es que prácticamente dejamos de existir, debido a que dejamos de percibirnos como entidad.
Dentro de la capacidad perceptiva inherente de cada uno de los tres centros básicos se manifiestan distintos grados atencionales. Uno de ellos es comparable a la ausencia total de atención, ya que se caracteriza por una atención errante y divagante. Por ejemplo nuestro centro de movimiento puede realizar muchas acciones como manejar un automóvil y llevarnos al punto de destino sin percatarnos de lo que ocurrió en el trayecto. Frenamos, paramos en los semáforos, doblamos en los lugares precisos, y llegamos, pero con la total ausencia de uno mismo, nuestra existencia solo fue un flujo de imaginación o de hablar con uno mismo.
Otras veces nuestra atención es capturada por algo externo que es inquietante, desde algo banal como la trama de suspenso de una película hasta la resolución o decisión de un conflicto importante en la vida. Esta atención capturada exige plena atención, pero no exige ningún esfuerzo, es una atención atraída y retenida por el sujeto de la observación o de la reflexión, es un ensimismamiento con uno mismo que se caracteriza por una constante reactividad al medio, designado habitualmente con el nombre de “interés” o “entusiasmo”.
También ocurre que necesitemos solucionar algún problema, como así también aprender algo, como estudiar un idioma o sintetizar los conceptos de una investigación, por lo cual debemos esforzamos con una atención intencionalmente colocada en el hecho en sí. En estos casos la atención debe ser controlada y mantenida por la voluntad y la iniciativa.
No debemos confundir la atención particular de cada una de nuestras funciones con la atención requerida para la conexión y enriquecimiento de nuestro mundo interior. Es necesaria una atención desapegada independiente de cualquiera sea la condición externa, como también de las distintas actividades del pensamiento, la emoción o la sensación y que, por lo tanto, nos lleve a la consciencia.
Es muy común confundir la atención con el pensamiento, por ejemplo podemos pensar en nuestro cuerpo y el modo en que se mueve, podemos analizar nuestras emociones, podemos sentir los pensamientos que corren por nuestra mente, sin embargo, todo esto es la observación atencional del funcionamiento de un centro por parte de otro. No es una atención desapegada, es decir separada de eso que llegamos a llamar “nosotros mismos”
El estado de alerta, de darse cuenta, no es una introspección, sino que es dirigir la atención para “ver”, sin teorizaciones, comparaciones, ni interpretaciones, es decir sin realizar ninguna especulación sobre aquello que visualizamos atencionalmente.
Con la atención desapegada se puede vivir en presente lo que nos está pasando y lo que está aconteciendo a nuestro alrededor, comenzamos a ver nuestros mecanismos condicionados y como la parte que percibe no está condicionada, por lo tanto, afecta al condicionamiento, es similar a una llave que abre las puertas de la liberación y es el comienzo de un proceso, en donde el horizonte es halagüeño, gracias al vislumbre de la apertura de nuevas perspectivas en distintos planos y niveles de nuestro acontecer existencial.
Garín, Buenos Aires, 2024
Alfredo Marinelli
CONCIENCIA Y ATENCIÓN
por Rober S. de Ropp
La práctica de estar consciente es imposible sin el control de la atención. La atención es para la conciencia lo que el aceite para la llama de una lámpara. La llama persiste mientras hay aceite en la lámpara. Una vez que se acaba el aceite, se apaga la llama. El control de la atención es la única función poseída por el hombre que puede decirse le confiere cierto grado de elección. Él puede "dirigir su atención". Pero su poder para hacerlo depende de que posea cierta clase de energía cuya provisión es limitada. Cada día, al despertarse, tiene mucha de esta energía, igual que una batería después de ser cargada contiene mucho potencial eléctrico. Su trabajo interno depende cada día de la conservación de esta energía. Una vez que la ha gastado, es difícil reemplazarla.
El nivel de conciencia de un hombre puede medirse por la libertad con que dirige su atención. En el estado de identificación, no tiene "libertad para dirigir su atención". Cree que la tiene, pero ésta es una de las ilusiones que impone este estado.
En realidad, es un esclavo de cualquier cosa que llame su atención. "No podía dejar el libro." "No podía quitar los ojos del juego." "Estaba completamente sumergido en lo que estaba haciendo." Con estas y otras incontables frases, la gente describe la condición de identificación y la pérdida de libertad para dirigir la atención que esta condición impone. Una visión asombrosa o espectacular, una historia real o imaginaria, llama nuestra atención y nos absorbe en el proceso. Nuestro espacio interno está totalmente ocupado por el tema acerca del cual estamos leyendo, el espectáculo que estamos observando. No hay nada de voluntario en esta forma de atención. Estamos capturados como moscas en una telaraña, manipulados, dirigidos, encadenados. Observe las caras de la gente en las carreras, en el futbol, en las corridas de toros, en el boxeo, en cualquier espectáculo extravagante o brutal. Tras de esa cara no hay nada. Está vacía, es una máscara. La casa está abandonada.
Esto es atención esclavizada. En esta condición, el silencio interno y la conciencia pura se pierden y todo el campo de la conciencia es "ocupado por un enemigo victorioso". En el estado de atención esclavizada, la fuerza vital se disipa. La provisión de todo el día puede perderse en pocos momentos.
No menos costosa, en términos de energía, es la atención dispersa, la atención que vaga por todo el campo de la conciencia, arrastrada ahora acá, ahora allá, "una pluma para cada viento que sopla". Voluble, débil, desenfrenada, cambia de color como camaleón, cambia de forma como Proteo. Los ojos vagan sin propósito, los oídos se agitan como las camisas en el tendedero. Impresiones diversas atraen la atención como un hueso atrae a los perros. Hay una ausencia total de estabilidad interna. Este estado agota la fuerza del organismo en lo que se refiere al poder para mantener la conciencia. El resultado es una condición como de trance, un estado de semi-hipnosis que bordea en lo patológico, pero que no es reconocida como tal por los psiquiatras porque la gran mayoría de la "gente bien" pasa su vida en este estado, inclusive los psiquiatras.
"Soñar despierto", "soñar hipnotizante", "soñar caminando", "identificación", son nombres diferentes para la misma cosa. En este estado, el hombre no sabe realmente quién es él, en dónde está, si es o por qué es: un durmiente que camina... Si el hombre pudiera estar consciente de su estado de sueño, ¡cuán ansiosa y urgentemente lucharía por despertar! Porque el soñar despierto es peligroso y triste. El soñar despierto es esclavitud e intranquilidad interna. El hombre habla sin parar acerca de la libertad, grita y se amotina, demanda congresos legislativos y derechos civiles. Todo en vano. Las cadenas son internas, la esclavitud es espiritual. El nombre del gran esclavizador es "identificación" y el resultado de su dominación es él "soñar despierto".
Hemos hablado de "atención esclavizada" y "atención dispersa". Pero ¿cuál es la función de la atención dirigida? Un estudiante de medicina mira con atención su libro de anatomía. Cada hueso, cada músculo, cada vena, nervio, arteria, ligamento, tendón, debe ser fijado en la memoria con su nombre, función, localización; todo en su lugar, al menos lo suficientemente como para capacitarlo a verter esa información en las respuestas de una prueba. Nadie podría acusar a este pobre tipo de estar tan perdido en el tema que no puede dejar el libro. Marañas de terminología se enredan en su cerebro. El mismo se enreda en su silla. Una y otra vez su atención vaga, una y otra vez la arrastra de regreso. Nada le gustaría más que tirar el libro al cesto de la basura, encender la televisión, "perderse a sí mismo" en algún programa de violencia o estafas, o con las ridiculeces de un hombre chistoso acompañado de risas grabadas. Pero los exámenes están cerca. El miedo a fallar azota su látigo sobre él, la ambición le cuelga una zanahoria frente a la nariz. Así que regresa al libro y enfoca su cansada atención en el laberinto de tubos y poleas que es la anatomía humana.
Eso es trabajar, no jugar. Eso es atención dirigida, no atención atraída.
¿Está él, por lo tanto, menos identificado por estar trabajando? ¿Es su estado de conciencia superior al del observador, el oyente, el lector, perdidos en su trance hipnótico ante el mago que teje sus hechizos, fantasías e ilusiones en una pantalla o fuera de ella? ¡Qué lástima! No opera ninguna ley que asegure que quien trabaja obtenga libertad interna por ello. ¡Si fuera así! Si el trabajo en sí fuera la liberación, todos los hombres hubieran obtenido desde hace mucho la condición de Cristos o de bodhisattvas. Nuestro estudiante de medicina hace uso de un mecanismo diferente del usado por el observador o por el oyente meramente pasivo. Como quiera que sea, está totalmente identificado, totalmente perdido en la tarea. Ha perdido la conciencia separada, la sensación de dualidad, de observador y observado. Está inmerso en el libro o inmerso en su molestia con el libro o inmerso en su deseo de una alternativa, una actividad más fácil, como encender la televisión y ser "entretenido".
La atención dirigida no hipnotiza o embrutece en la misma forma que lo hacen la atención esclavizada o dispersa. Pero no induce tampoco un despertar completo. Una persona que usa la atención dirigida puede estar aún más profundamente identificada con su tarea en turno. Su espacio interno está ocupado aún más completamente con cualquier cosa que esté haciendo. No tiene existencia aparte, no tiene ser real.
Sólo cuando aprende a separarse de la tarea en turno, a mantener un cierto hilo de conciencia que permanezca aparte del pensar, del sentir, empieza a obtener el gusto del tercer estado de conciencia. En este estado, él es, existe objetivamente por sí mismo, como existe un árbol, como existe una mesa, como existe un libro. Está consciente del cuarto dentro del cual está sentado, de sí mismo como uno de los objetos en ese cuarto, de su "espacio interno" y de su espacio externo, del cuarto, la casa, los alrededores, los planetas, los soles, no con detalles específicos sino como una totalidad, como una presencia. En esta condición, el ser no está separado, y la atención, aunque dirigida a lo que hace, es al mismo tiempo flexible y abierta, no rígida y estrecha.
Este sentir el yo, no como el yo sino meramente como uno de los objetos del medio ambiente, remueve de un solo golpe todos los miedos, todas las tensiones, todas las ansiedades. Una condición de fluctuación y quietud, una deliciosa ataraxia envuelve a aquel en quien tal condición ha sido inducida. Él está en armonía con Tao (la incondicionada, innombrable fuente de toda realidad). Su trabajo, como el del admirable cocinero del príncipe Hui, perfectamente acorde con los principios eternos, muestra un ritmo, un equilibrio interno. En ningún lado hay impaciencia o desarmonía. La cara que, en el estado de identificación, está tensa o estúpida, ahora reviste tranquilidad, priva ese aire que uno observa en los rostros de los bodhisattvas que meditan.
Este vivir en la armonía con Tao, esta libertad interior, no se adquiere sin un largo y cuidadoso adiestramiento. Es un estado de equilibrio fisiológico y psicológico, aparentemente sin esfuerzo, pero mantenido por una vigilancia tan real como la que capacita al acróbata a mantener su equilibrio por encima de las cabezas del público. No hay tensión en esta vigilancia. Esta es flexible, penetrante, es un escudo invisible, un instrumento que, captura y aprisiona las impresiones antes que éstas puedan poner en movimiento la maquinaria interna.
La atención generalizada, separada del ego, ofrece a quien la emplea el poder de escoger las impresiones. Quien tiene un vigilante en la puerta puede escudriñar todo lo que trata de entrar, puede recibir las impresiones que escoja y rechazar el resto. No hay arte más importante que el de recibir impresiones, porque las impresiones del hombre son un alimento tan real como el pan diario.
Menos comprendido es el efecto de la "mala-absorción" de impresiones, el efecto de la "digestión" de impresiones en diferentes niveles de atención, la venenosa acción de cierto tipo de impresiones y el nutritivo efecto de otras.
En lo que concierne a las impresiones, los instintos del hombre le sirven de poca guía. Una vaca o un caballo pastando en la pradera generalmente son avisados por el instinto para evitar las plantas venenosas, pero un hombre, cuyas impresiones lo alimentan tanto como el pan, no muestra tal discernimiento. Por el contrario, con frecuencia busca deliberadamente impresiones venenosas, obligado por algún perverso impulso a degradar su vida interna, ya suficientemente corrupta sin esto. La degenerada industria del "entretenimiento" no duda en tomar ventaja de este perverso gusto, vertiendo a través de sus diferentes medios una corriente de material más o menos patológico que los lectores, observadores, oyentes, absorben ansiosamente en su psique.
El equilibrio, el balance, la armonía interna, la "creación de una isla que ningún diluvio pueda hundir"; todo esto puede lograrlo quien haya aprendido a manejar sus impresiones. Entre el momento en que una impresión entra y en el que se produce la reacción a esa impresión, pasa un tiempo tan corto que difícilmente puede ser medido por la conciencia ordinaria del hombre. Sin embargo, mucho puede depender de lo que suceda en ese breve intervalo. Si el vigilante está despierto, la impresión puede ser detenida, así como un ladrón puede ser arrestado por un policía alerta antes que pueda entrar en la casa a robar la plata. El golpe es recibido en el escudo, el choque es absorbido. No hay reacción mecánica que después sea resentida.
Aceptar o rechazar, ésta es la base del trabajo interno que conduce a la
creación de un ser verdaderamente libre. La salud del hombre, así como su
desarrollo interno y su nivel de ser, dependen de cómo metabolice tanto sus
impresiones como su alimento. La manera en que las impresiones sean
metabolizadas depende del grado de atención y de la calidad de esa atención.
Robert S. de Ropp
Desarrollado por Alfredo Marinelli para el blog “Gurdjieff y Ouspensky – Estudio e Investigación”. Fuente de información: “The Master Game” de Robert S. de Ropp.
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