EL ESTADO DE PRESENCIA

¿QUÉ ES ESTAR PRESENTE? 

   por Alfredo Marinelli

 

No puedo explicar ni describir qué es la «presencia», pero puedo decir que no es un estado exclusivamente mental. Está vinculado a mi existencia corporal, aquí y ahora, y sin embargo, no depende de ella. Es algo más que ser consciente de que uno existe; es como ser consciente de que existe un vínculo sustancial entre «yo» y «mí». Personalmente, estoy convencido de que este vínculo es lo que se entiende por «alma». La cuestión es que no podemos hacer nada acerca de nuestra alma, pero podemos hacer mucho con respecto a la presencia. Algunos de los ejercicios espirituales más importantes sirven para renovar y mantener el estado de presencia.

                                                                                                                                 J.G. Bennett

La palabra presencia ha sido atrapada en interpretaciones alejadas de su contexto original, su profundo significado ha sido reemplazado por interpretaciones superficiales y descontextualizadas, pasando a formar parte del vocabulario popular. La presencia es un estado interior específico que trasciende a una simple idea o concepto y es la resultante de una ardua práctica experimental. No obstante, en todo coloquio con connotaciones espirituales se suele hablar de la presencia como algo a lo que se puede tener acceso con solo mencionarlo, sugerirlo o quererlo.

 

Suponer qué es la presencia, no es el estado de presencia. Las suposiciones sobre los distintos estados del ser -como el estado de presencia- son subterfugios generados por la conceptualización o intelectualización de ideas, sin haber realizado las prácticas y los ejercicios necesarios para vivenciar el estado específico que la misma conlleva.

 

Muchos de los aspectos de la presencia, como sus bases, técnicas y ejercicios son descritos en la Meditación Budista “Vipassana”. En occidente se la conoce como “Mindfulness” o “Atención Plena”. Podemos consultar libros como “La práctica de la atención plena” de Jon Kabat-Zinn, "El Proceso de la Presencia" de Michael Brown, “El poder del Ahora” de Eckhart Tolle, o las enseñanzas de Thich Nhat Hanh y S.N. Goenka, entre las cuantiosas fuentes de información existentes en la actualidad.

 

Una de las formas de explicar el estado de presencia es trayendo a colación su opuesto, es decir el estado de ausencia. La ausencia es la pérdida de percepción de uno mismo, la cual es proyectada inconscientemente hacia algo. Esta pérdida de percepción es similar a lo que sucede cuando nos miramos en un espejo y confundimos la imagen reflejada con nosotros mismos. Este engaño es pocas veces reconocido, nos miramos en el espejo y creemos que esa imagen que vemos somos nosotros mismos.

 

Si consideramos a la percepción de uno mismo como nuestro “yo” y a éste como nuestro hogar, estamos obligados a admitir que muy pocas veces estamos en casa, lo cual significa la ausencia y negación de la capacidad legítima de auto-consciencia que diferencia al ser humano de los animales. G.I. Gurdjieff se dirigía a sus discípulos utilizando la siguiente frase: "Ustedes nunca están en casa", haciendo alusión a un carente estado de “presencia” en el existir cotidiano del ser humano.

 

Realizando una retrospectiva de nuestra vida, reflexionando y ahondado en el pasado, los recuerdos traen aparejada la aprehensión de que toda la existencia se parece más a un sueño que a una realidad, la escasa memoria, la sensación de vacío y el escaso significado de nuestras experiencias son consecuencias de que, por regla general, “no estuvimos nunca en casa”. La mayoría de las actividades las desempeñamos en una especie de trance profundo, y aunque podemos interactuar con las circunstancias, ya sea con personas o con cometidos, obrando razonablemente, pensando, y aun teniendo recuerdos de lo vivido, no advertimos que nuestra conciencia estuvo totalmente ausente. Este estado en la terminología del trabajo es denominado con el término de “identificación”, en donde la atención es de un solo sentido, con la característica de un ensimismamiento unilateral ya sea hacia uno mismo o hacia el exterior, sin una consciencia independiente, en donde prácticamente (y trágicamente) no existimos como entidad. Esta sensación de vacío existencial solo se puede soslayar con la escisión de la atención, en donde sea cuales sean las circunstancias, no se pierde la percepción de uno mismo.

 

El estado de presencia sólo puede definirse por la sensación y el sabor en sus momentos de manifestación, ya que da a la existencia un sentido de autenticidad, comenzando a vivir con nuevas perspectivas y recobrando la dignidad inherente a todo ser humano, en lugar de ser vividos por la maraña de estados internos y aconteceres que nos mantienen en un sueño profundo, un sueño absolutamente literal.

 

Como todo estado, es imposible de transmitir, y tiene la particularidad que lo podemos reconocer en nosotros mismos cuando lo tenemos, cuando no se lo tiene, no se puede reconocer que no se lo tiene, es sólo cuando vuelve que podemos darnos cuenta de su ausencia.

 

La llave de acceso a una vida más significativa es posible sólo a través de un despertar parcial dado por la práctica de acordarse de sí mismo, es decir de estar presente en el ahora y aquí, es allí donde es posible el estudio de uno mismo a través del conocimiento, desarrollo y armonización de nuestras funciones -tales como el pensamiento, el sentimiento y la sensación- desencadenando en la manifestación del ser con cualidades como la espontaneidad, la indagación y el asombro que jerarquizan la capacidad de experimentación. Sin embargo, el factor fundamental y de mayor trascendencia es la capacidad de accionar mediante actos volitivos libres de cualquier coacción.

 

Mientras esto no ocurra somos dependientes, ya que nuestra existencia está manejada y movida por distintos impulsos provenientes del exterior ante los cuales reaccionamos. Confundimos estos movimientos y reactividades con la verdadera voluntad, lo cual nos quita la posibilidad de experimentar la espontaneidad y el sabor inconfundible del libre albedrío, que trasciende el determinismo y en donde se puede elegir entre diferentes opciones.

 

Esta capacidad de elección consciente nos permite accionar en concordancia con los principios inherentes de nuestra vida interna, siendo la misma la desencadenante de todo hacer. Es el punto de inflexión donde podemos concretar nuestras intenciones, trascender nuestros instintos y deseos, auto-educarnos, y tener un accionar responsable hacia todo ser viviente y hacia la vida en sí, lo cual va más allá de los patrones condicionantes del egocentrismo.

J.G. Bennett lo define de la siguiente manera:

 El momento presente es toda la región de nuestra experiencia dentro de la cual somos capaces de hacer algo, es decir, donde nuestras acciones están conectadas con nuestros propósitos.  Fuera del momento presente tenemos que depender de algo externo para alcanzar una conexión. 

Si me voy fuera de mi momento presente, entonces habrá elementos desconocidos e imprevistos que pueden hacer que hasta las cosas más simples sean para mí imposibles de realizar. 

La forma realista de considerar el momento presente es verlo como el mundo de nuestra efectividad o capacidad. 

Ausencia y presencia son los dos atisbos a recordar para evaluar el estado del ser, siendo la presencia en definitiva, la que determina nuestra efectividad y nuestro verdadero tiempo de existencia en la vida.

Garín, Buenos Aires, 2024

Alfredo Marinelli

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¿CUÁL ES EL PUNTO DE "ESTAR PRESENTE"?

   por Robert S. de Ropp

 

La plena conciencia de mi propio ser me es dada sólo de vez en cuando. ¿Por qué? Porque, la mayor parte del tiempo, estoy perdido en la fantasía. Definitivamente, no estoy aquí ahora. Estoy divagando en el pasado o soñando con el futuro, o pensando en algo, especulando sobre algo, hablando con alguien que ni siquiera está ahí, imaginando, complaciendo. ¡Qué manera de vivir!

 

Pero también hay otra forma. Cada día, en cualquier momento y en cualquier lugar, es posible estar en el "ahora y aquí" sólo recordándolo. Con el AHORA llega la conciencia del tiempo y con el AQUÍ llega la conciencia del lugar.

 

Pero, ¿por qué molestarse? Porque "estar presente" evita la pérdida de energía vital del cuerpo; permite el desarrollo de un centro de atención interior y si es practicado por un tiempo suficiente, le infunde al individuo un sentido realista de identidad en lugar de una personalidad que es en gran medida imaginaria.

 

Cualquier persona puede experimentar el estado de presencia ahora mismo, sólo es necesaria una energía especial que nos da el poder de concentrar intencionalmente nuestra atención. Esta energía se genera en el cuerpo durante las horas de sueño. Nos despertamos con un cierto suministro, pero una vez que ese suministro se disipa, es difícil de reponer. No es tarea fácil evitar la disipación de nuestro suministro diario de energía. En cuanto nos despertamos por la mañana, nos asaltan sueños diurnos que sustituyen a los sueños nocturnos de los que acabamos de salir. Rara vez nos despertamos con una clara conciencia de nuestra propia presencia. En cambio, nos sumergimos en una corriente de pensamiento asociativo que probablemente continuará durante todo el día. Tan pronto como comienza esta ensoñación, nuestra energía se agota. Podemos perder todo nuestro suministro durante la primera hora del día. Por esta razón es necesario, tan pronto como nos despertemos, comenzar con ejercicios especiales calculando prevenir esta pérdida de la conciencia.

 

Esta energía permite observar objetivamente lo que ocurre y hace posible el estado de doble atención que es la base de la auto-observación para poder separarnos de las diversas manifestaciones de nuestras máquinas. Podemos observar, sin identificarnos, a nuestros pensamientos, movimientos y emociones. Mientras conservemos esta energía podemos observarnos a nosotros mismos y separarnos de las manifestaciones de nuestra máquina. Además, y sin perder el sentido de sí mismo, podemos percatarnos de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Una vez que dejamos que esta energía se disipe, prácticamente no podemos hacer nada, nos convertimos en juguetes de nuestras impresiones, nuestras emociones y nuestros sueños. 

 

Los ocasionales intentos de experimentar el estado de presencia, mejoran la calidad de vida, pero tienen poco impacto en la evolución personal. Una transformación ascendente del nivel de ser solo es posible cuando el estado de presencia se convierte en una forma de vida. Pero entonces, ¿por qué no? El estado de presencia significa estar verdaderamente vivo y ¿quién no quiere vivir la vida al máximo?

 

ESTAR – AHORA – AQUÍ son los tres componentes del ser

 

ESTAR representa la conciencia de la presencia, la conciencia no sólo de la respiración sino de todo el cuerpo, su postura, su estado de relajación o tensión, etc.


AHORA representa la conciencia del tiempo, de este momento particular en el flujo de los acontecimientos.

 

AQUÍ significa conciencia de lugar, donde uno está.

Presencia, tiempo y lugar son los tres componentes del ser. 


La Conciencia de estos tres es la característica esencial del estado llamado auto-recordación.


Robert S. de Ropp


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Desarrollado por Alfredo Marinelli para el blog "Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación". Fuente de Información: “Self-Completion” de Robert S. de Ropp.

 

¿QUIENES SON LOS MEJORES?


A. R. Orage
Necesitamos amar a aquellos seres superiores, cuando los encontramos, cantaba Tennyson; pero ¿cómo podremos alguna vez encontrarlos si no sabemos cómo buscarlos? Tennyson asumía que no podíamos fallar en reconocerlos a simple vista; pero esa pretensión es demasiado ingenua, y ha dado origen a falsificaciones sin cuenta. Se necesitan dos condiciones para encontrar un ser superior: primero, que aparezca y, segundo, una mente capaz de reconocerlo. En la actualidad, por lo general, ni siquiera estamos conscientes de los valores que debieran ser medidos para ello. ¿Superior, en relación a qué? ¿Está relacionado con el intelecto, el sentimiento, la acción, o con nada de eso? ¿Qué hace a un hombre ser superior a un hombre promedio?

A primera vista, el problema no es simple. Damos por garantido que sabemos todo lo que sea necesario acerca de ello. Por lo tanto, cada uno de nosotros califica alegremente a las personas de acuerdo a nuestra estimación de sus méritos, sin preocuparnos por inquirir si acaso nuestra calificación tiene alguna otra base que no sea la de nuestros gustos o disgustos accidentales. Esas personas son mejores porque nos gustan más. Pero, resulta que todos tenemos diferentes gustos y eso lleva a diferentes resultados: algunos piensan que Napoleón es el más grande hombre que jamás haya existido; otros piensan lo mismo de Platón, o de Shakespeare, o de Buda. La diversidad de resultados no nos interesa, continuamos pensando que nuestro enjuiciamiento es correcto.

Cuando abandonamos este estándar infantil y tratamos de encontrar una prueba científica aplicable a los valores humanos, inmediatamente aparecen dificultades enormes. En la actualidad, hay aproximadamente seis mil y medio millones de personas en la tierra, y es probable que el número vaya aumentando constantemente en el curso de los años. Esto introduce la primera dificultad, ¿Es el Hombre de hoy mejor que el Hombre de hace diez mil años? Si es así, ¿con respecto a qué? ¿Qué es el progreso, asumiendo que exista tal cosa en el Hombre como especie?

Si es así, ¿por la superioridad de qué cualidad? O asumiendo que las razas son iguales en valor y sólo diferentes en forma, ¿qué es lo que crea la diferencia en valor entre naciones de la misma raza? Nosotros no admitimos que todas las naciones de raza blanca sean del mismo valor. Entonces, ¿qué es lo que hace que una sea más valiosa y, por lo tanto, mejor que otra?

Pero la más grande de todas las dificultades permanece y es estimar los valores comparativos de los diferentes tipos de hombres en cada raza. Es verdad que sólo hay un número limitado de tipos. En efecto, pueden ser reducidos a tres: el tipo intelectual, el tipo emocional y el tipo práctico; ejemplificados en el pensador, el artista y el hombre de acción, Pero ¿cuál de estos tres es "mejor" que los otros y en relación a qué cualidad? ¡Ahí está el problema!

Cada uno tiene sus preferencias y, por lo tanto, su prejuicio en relación a estos tres tipos de hombre. Un hombre que se imagine ser un pensador, un artista o un hombre de acción, naturalmente exaltará su propio tipo. Mr, Bernard Shaw, un intelectual, afirmaba que el más amado objeto de la Fuerza de Vida era el cerebro. El mejor hombre en el presente siglo, según la naturaleza, sería Mr. Shaw. El artista, por su parte, sostiene que los más elevados valores son los estéticos. Ver al mundo como lo ve un artista - tal como él - es acceder a los mejores valores que pueden ser alcanzables por un hombre. La escuela de acción exalta la acción. Dios,  o el valor humano supremo, no está en el pensar o en el sentir sino en el hacer; el hombre es más parecido a Dios cuando está organizando exitosamente una industria, un gran negocio o una guerra.

Si no existiese un criterio único para todos nosotros, en virtud de nuestra común humanidad, nunca podríamos llegar a un acuerdo. Las diferencias entre estos tipos son tan absolutas que ningún tipo, de por sí, puede sentenciar sobre los valores. Si los hombres fuesen solamente pensadores, o solamente artistas, o sólo hombres de acción, sería imposible establecer un criterio para reconocer quién es el "mejor". Cada tipo tendría su propio criterio y no habría nadie lo suficientemente imparcial para juzgarlos.

Afortunadamente la Torre de Babel hace bastante tiempo que se derrumbó para disipar una parte de la confusión de lenguas que motivó su caída. Los tres tipos de hombres no son tan distintos como para no tener algo en común. Y sin embargo, como lo hemos dicho, el problema de establecer un criterio común de valorización -y de ahí llegar a un entendimiento respecto a cuál es el mejor- pareciera a primera vista difícil hasta lo imposible; en realidad, no es difícil, sólo requiere sentido común.

Al juzgar nuestros tres tipos de hombres -el pensador, el artista y el hombre de acción- es evidente que ya estamos introduciendo otro criterio además del suyo propio. Entre los pensadores, por ejemplo, todos estaremos de acuerdo en que el mejor entre ellos sería el que incluyera la capacidad para sentir y actuar junto con el pensamiento puro. El pensamiento puede ser su más elevada función, pero para ser el mejor, él debe además ejercitar sus otras funciones procurando igualarlas con la que en él es superior. Y lo mismo sería verdad para los otros, pasando por alto nuestras preferencias personales por uno de los tipos en desmedro de los otros dos. Los artistas proclaman a Da Vinci, por ejemplo, como el más grande de todos los artistas, porque él también fue un pensador y un hombre de acción, Y los hombres de acción similarmente contemplan a Julio César como el más grande en su tipo, porque él combinó el arte y el pensamiento con su habilidad práctica.

No se puede decir que hemos llegado a algo totalmente nuevo, y aunque esto no es un argumento en contra de nuestra conclusión, el hecho es que nuestro común consenso, así expresado, puede ser tomado por garantido y no considerar que nos despoje de un estímulo para nuestro desarrollo. Si pertenecemos por naturaleza a un tipo u otro, y penosamente hemos tratado de cultivar en nosotros las cualidades de los otros tipos, el propósito de alcanzar algún grado de superioridad puede resultarnos remoto. ¿Existe acaso algún criterio simple acerca del valor del hombre, tan comúnmente aceptado, aunque no tan comúnmente formulado? Y ¿puede ser adoptado y aplicado por una persona ordinaria? Nosotros creemos que sí lo hay y que puede ser así.

En el fondo, no somos pensadores, artistas o gente de acción, sino seres humanos, criaturas ocupando una ubicación definida en el esquema mundial. Estamos colocados entre la Naturaleza y Dios, entre el mundo creado y el Creador, entre el mundo que es y el mundo que debiera ser. Nuestra función específica es actuar como un puente entre ambos, y el más alto de nuestros logros es ser conscientes de nuestra función. Con la conciencia de nuestra función y misión, podremos pensar o sentir o actuar para un propósito determinado; sin esa conciencia, pensamos o sentimos o actuamos inconscientemente. La verdadera medida de la valoración humana es, en resumen, cantidad y calidad, no de pensamiento, sentimiento o acción, sino de estar conscientes de por qué, cómo y qué es lo correcto al pensar, sentir y actuar.

El criterio es aplicable a todos, por la simple razón de que es posible para cada uno de nosotros, sin gran habilidad como pensador, artista o empresario, tratar de estar más consciente de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos. El mejor de nosotros es aquel que se conoce a sí mismo mejor.
A. R. Orage

Extraído por Alfredo Marinelli del ensayo "Who are the best people" del libro "Psychological Exercises and Essays: The Active Mind", Samuel Weiser, Inc., New York, 1979, pp.113-116. Para el blog "Gurdjieff y Ouspensky Estudio e Investigación".