INTRODUCCIÓN
por Alfredo Marinelli
La muerte es uno de los más grandes misterios de nuestra existencia, si bien la mente racional sabe que vamos a morir (lo cual es una realidad innegable), hay ciertas partes internas que la niegan o no la toman verdaderamente en cuenta, y es por esto que nuestras perspectivas y comportamientos diarios tienen un manto de perennidad, es decir, como si fuésemos a vivir eternamente.
Lo que consideramos nuestra vida es una realidad paradigmática, basada en conceptos, creencias y suposiciones, así nuestra percepción e interpretación es moldeada por nuestra historia social, cultural y personal. Este tipo de influencias, fundamentalmente la de nuestra cultura, ha generado un consenso implícito y explícito de negación a la muerte.
El producto de esta negación genera cierta inmunidad hacia el concepto de la muerte. Sin embargo la vida y la muerte son las dos puntas de una misma vara o las dos caras de una moneda, en otras palabras dos opuestos que se complementan mutuamente. Constantemente la vida y la muerte se afirman en forma simultánea, pues la vida y la muerte constituyen juntas, en definitiva, la realidad de la existencia. En términos metafísicos podemos decir que el no-ser realiza al ser o viceversa, pero para que esta realización ocurra ninguna de las partes pueden ser negadas. Cada una es la condición para la realidad de la otra.
Aferrarnos a la vida con el único mandato de sobrevivir es considerar a la vida como un trabajo contra la muerte, es escoger al ser contra el no ser, lo cual genera una contradicción básica, una duplicidad conceptual que nos impide realmente vivir, porque la persecución de la supervivencia para tener más y más tiempo disponible, es la ilusión de querer aferrar aquello que se nos escapa en el presente.
La vida y la muerte son dos conceptos inseparables, dos polaridades de un mismo fenómeno, aferrados a uno u otro opuesto nos alejamos del verdadero punto de referencia para evaluar nuestra existencia. El recuerdo de la “inevitabilidad de nuestra propia muerte” genera un balance entre estos dos aparentes opuestos, permitiendo el reconocimiento de nuestros sistema de valores, los cuales en definitiva, fundamentan y desarrollan nuestra vida, porque todo aquello que valoramos genera significado y cuando algo adquiere significado surge un móvil que es el deseo, manifestado casi imperiosamente a través de un acto volitivo en pos de aquello que valoramos.
El discernimiento de cuáles son los valores propios o intrínsecos, denominados por Abraham H. Maslow “como los valores del ser” y de cuáles son los introyectados por el medio socio- cultural, con la posterior elección hacia los “valores del ser” determinan, en última instancia, nuestras posibilidades de auto-realización y auto-trascendencia.
Cuando se realiza esta opción, no siempre existe la movilización interna necesaria para ocuparnos fehacientemente de los valores del ser, y así transitar el proceso de transformación, aun deseándolo y sabiendo que es importante, no le damos la urgencia necesaria. La ilusión de que siempre habrá tiempo, degenera en una constante postergación cuyo síntoma es “la enfermedad del mañana”, llegando muchas veces incluso hasta el mismo olvido de los propósitos esenciales.
La movilización de los deseos del ser, para que estos se plasmen en acciones, necesita de una voluntad específica, que surge de nuestro interior y no depende de impulsos externos ni de nuestros condicionamientos, es decir que no es la resultante de necesidades, presiones y urgencias de las vivencias existenciales ordinarias, las cuales estamos obligados a cumplir.
Esta voluntad específica no es generada por agentes externos, es totalmente libre y no es requerida por nada, salvo por nosotros mismos y sólo está disponible a todo aquel que, a través de una captación sensible, ha sabido asimilar el conocimiento trágico de su propia existencia.
La energía resultante de este particular conocimiento genera la motivación interna necesaria, que a través de nuestros deseos esenciales y sinceros, ponen en acción al libre albedrío en pos del crecimiento interior.
Es por esto que para mantener una constante movilización de nuestros deseos esenciales y sinceros, se debe tener el recordatorio de la inevitabilidad de nuestra propia muerte, como así también el recuerdo de todas aquellas experiencias vividas que lindan con las tragedias, dolores y sufrimientos de nuestra vida. Sin este conocimiento trágico es imposible comprender lo que Gurdjieff denominó “el terror de la situación”, sin lo cual son muy pocas las posibilidades de tomar alguna real determinación para objetivar nuestras esenciales aspiraciones.
Gurdjieff en “Relatos de Belcebú a su nieto” escribe:
Todos nosotros somos mortales y todo hombre puede morir en cualquier momento. Se plantea entonces la pregunta, ¿puede un hombre imaginar realmente y «experimentar» en su consciencia, el proceso de su propia muerte?
¡No! Un hombre no puede jamás, por mucho que lo desee, imaginar su propia muerte y experimentar ese proceso. Un hombre ordinario contemporáneo no puede ni siquiera imaginar plenamente la muerte de otro hombre. Puede imaginar, por ejemplo, que cierto Mr. Smith abandona el teatro y, al cruzar la calle, cae bajo un automóvil y muere. O que un letrero arrancado por el viento cae sobre la cabeza de Mr. Jones, que pasaba en ese momento por allí, y lo mata en el acto. O que Mr. Brown, después de comer pescado en mal estado, resulta intoxicado y muere al día siguiente.
Cualquiera puede imaginar fácilmente cualquiera de estas muertes. Pero, ¿puede el hombre medio contemplar la misma posibilidad para sí mismo, del mismo modo en que la admite para Mr. Smith, Mr. Jones y Mr. Brown, y sentir y vivir toda la desesperación procedente del hecho de que todo eso puede ocurrirle a él?
Pensad qué le sucedería a un hombre que pudiera imaginar claramente y vivir la inevitabilidad de su propia muerte. Si medita seriamente y es realmente capaz de analizar esto profundamente y conocer su propia muerte, ¿podría haber algo más espantoso?
En la vida ordinaria, particularmente en las últimas épocas, por encima del deprimente hecho de la inevitabilidad de la muerte, que debe ocurrirle a todos inevitablemente, existen para la gente muchos otros hechos similares, y la imagen real de la posibilidad de experimentarlos debe provocar en nosotros sentimientos de inexpresable e intolerable angustia.
Si el hombre medio contemporáneo tuviera la posibilidad de percibir o recordar, siquiera en su pensamiento, que, en cierta fecha conocida y definida, por ejemplo, mañana, dentro de una semana o un mes, o incluso dentro de uno o dos años, morirá indefectiblemente, ¿qué quedaría entonces de todo lo que hasta ahora ha constituido y llenado su vida?
Todo perdería sentido y significación para él. ¿Qué importancia tendría entonces la condecoración que recibió el día anterior por sus largos años de servicio y que tanto lo ha complacido, o la mirada que acaba de observar, llena de promesas, de la mujer que era desde hacía mucho el objeto de sus constantes anhelos, o el periódico junto a la taza de café, o el obsequioso saludo de su vecino al cruzarse en la escalera, y el teatro por la noche, y el descanso y el sueño y todas sus cosas predilectas, qué valor tendría todo eso?
No poseerían ya la significación que se les había otorgado antes, incluso si un hombre supiera que la muerte sólo lo iba a sorprender dentro de cinco o seis años.
En resumen, el hombre medio no puede ni debe contemplar su propia muerte «cara a cara» ya que entonces, por así decirlo, «saldría de su hoyo» y frente a él con absoluta claridad, surgiría la pregunta:
«¿Por qué, entonces, debemos vivir, trabajar y sufrir?»
«El único medio actual para salvar a los seres del planeta Tierra sería implantar nuevamente en sus presencias un nuevo órgano, un órgano como el Kundabuffer, pero esta vez con propiedades tales que cada uno de esos infortunados, durante el proceso de su existencia, pudiera percibir y conocer constantemente la inevitabilidad de su propia muerte, así como la de la muerte de todos los que sus ojos pueden contemplar.»
«Sólo una sensación y un conocimiento de ese tipo pueden destruir ahora el egoísmo completamente cristalizado en ellos, que ha absorbido la totalidad de su Esencia, y también la tendencia a odiar a los demás que fluye de ese egoísmo, es decir, la tendencia que engendra todas esas relaciones mutuas que existen allí y constituyen la principal causa de todas sus anormalidades, impropias de seres tricerebrados y maléficas para ellos mismos y para la totalidad del Universo.»
La creación de este órgano, aparentemente anatómico, está fuera del alcance de nuestras posibilidades, sin embargo podemos desarrollar un órgano símil al Kundabuffer, pero de carácter psicológico de constante auto-recordación. Los variados ingredientes para la formación de este órgano no sólo involucran la percepción constante de la inevitabilidad de nuestra propia muerte y de todo lo que nuestros ojos pueden contemplar, sino también todos aquellos hechos que provoquen en nosotros sentimientos de inexpresable e intolerable angustia, es decir todo aquello que en nuestra existencia ha sido fuente de conflicto, sufrimiento, dolor y pena.
LA ÚLTIMA HORA DE VIDA
La muerte es uno de los más grandes misterios de nuestra existencia, si bien la mente racional sabe que vamos a morir (lo cual es una realidad innegable), hay ciertas partes internas que la niegan o no la toman verdaderamente en cuenta, y es por esto que nuestras perspectivas y comportamientos diarios tienen un manto de perennidad, es decir, como si fuésemos a vivir eternamente.
Lo que consideramos nuestra vida es una realidad paradigmática, basada en conceptos, creencias y suposiciones, así nuestra percepción e interpretación es moldeada por nuestra historia social, cultural y personal. Este tipo de influencias, fundamentalmente la de nuestra cultura, ha generado un consenso implícito y explícito de negación a la muerte.
El producto de esta negación genera cierta inmunidad hacia el concepto de la muerte. Sin embargo la vida y la muerte son las dos puntas de una misma vara o las dos caras de una moneda, en otras palabras dos opuestos que se complementan mutuamente. Constantemente la vida y la muerte se afirman en forma simultánea, pues la vida y la muerte constituyen juntas, en definitiva, la realidad de la existencia. En términos metafísicos podemos decir que el no-ser realiza al ser o viceversa, pero para que esta realización ocurra ninguna de las partes pueden ser negadas. Cada una es la condición para la realidad de la otra.
Aferrarnos a la vida con el único mandato de sobrevivir es considerar a la vida como un trabajo contra la muerte, es escoger al ser contra el no ser, lo cual genera una contradicción básica, una duplicidad conceptual que nos impide realmente vivir, porque la persecución de la supervivencia para tener más y más tiempo disponible, es la ilusión de querer aferrar aquello que se nos escapa en el presente.
La vida y la muerte son dos conceptos inseparables, dos polaridades de un mismo fenómeno, aferrados a uno u otro opuesto nos alejamos del verdadero punto de referencia para evaluar nuestra existencia. El recuerdo de la “inevitabilidad de nuestra propia muerte” genera un balance entre estos dos aparentes opuestos, permitiendo el reconocimiento de nuestros sistema de valores, los cuales en definitiva, fundamentan y desarrollan nuestra vida, porque todo aquello que valoramos genera significado y cuando algo adquiere significado surge un móvil que es el deseo, manifestado casi imperiosamente a través de un acto volitivo en pos de aquello que valoramos.
El discernimiento de cuáles son los valores propios o intrínsecos, denominados por Abraham H. Maslow “como los valores del ser” y de cuáles son los introyectados por el medio socio- cultural, con la posterior elección hacia los “valores del ser” determinan, en última instancia, nuestras posibilidades de auto-realización y auto-trascendencia.
Cuando se realiza esta opción, no siempre existe la movilización interna necesaria para ocuparnos fehacientemente de los valores del ser, y así transitar el proceso de transformación, aun deseándolo y sabiendo que es importante, no le damos la urgencia necesaria. La ilusión de que siempre habrá tiempo, degenera en una constante postergación cuyo síntoma es “la enfermedad del mañana”, llegando muchas veces incluso hasta el mismo olvido de los propósitos esenciales.
La movilización de los deseos del ser, para que estos se plasmen en acciones, necesita de una voluntad específica, que surge de nuestro interior y no depende de impulsos externos ni de nuestros condicionamientos, es decir que no es la resultante de necesidades, presiones y urgencias de las vivencias existenciales ordinarias, las cuales estamos obligados a cumplir.
Esta voluntad específica no es generada por agentes externos, es totalmente libre y no es requerida por nada, salvo por nosotros mismos y sólo está disponible a todo aquel que, a través de una captación sensible, ha sabido asimilar el conocimiento trágico de su propia existencia.
La energía resultante de este particular conocimiento genera la motivación interna necesaria, que a través de nuestros deseos esenciales y sinceros, ponen en acción al libre albedrío en pos del crecimiento interior.
Es por esto que para mantener una constante movilización de nuestros deseos esenciales y sinceros, se debe tener el recordatorio de la inevitabilidad de nuestra propia muerte, como así también el recuerdo de todas aquellas experiencias vividas que lindan con las tragedias, dolores y sufrimientos de nuestra vida. Sin este conocimiento trágico es imposible comprender lo que Gurdjieff denominó “el terror de la situación”, sin lo cual son muy pocas las posibilidades de tomar alguna real determinación para objetivar nuestras esenciales aspiraciones.
Gurdjieff en “Relatos de Belcebú a su nieto” escribe:
Todos nosotros somos mortales y todo hombre puede morir en cualquier momento. Se plantea entonces la pregunta, ¿puede un hombre imaginar realmente y «experimentar» en su consciencia, el proceso de su propia muerte?
¡No! Un hombre no puede jamás, por mucho que lo desee, imaginar su propia muerte y experimentar ese proceso. Un hombre ordinario contemporáneo no puede ni siquiera imaginar plenamente la muerte de otro hombre. Puede imaginar, por ejemplo, que cierto Mr. Smith abandona el teatro y, al cruzar la calle, cae bajo un automóvil y muere. O que un letrero arrancado por el viento cae sobre la cabeza de Mr. Jones, que pasaba en ese momento por allí, y lo mata en el acto. O que Mr. Brown, después de comer pescado en mal estado, resulta intoxicado y muere al día siguiente.
Cualquiera puede imaginar fácilmente cualquiera de estas muertes. Pero, ¿puede el hombre medio contemplar la misma posibilidad para sí mismo, del mismo modo en que la admite para Mr. Smith, Mr. Jones y Mr. Brown, y sentir y vivir toda la desesperación procedente del hecho de que todo eso puede ocurrirle a él?
Pensad qué le sucedería a un hombre que pudiera imaginar claramente y vivir la inevitabilidad de su propia muerte. Si medita seriamente y es realmente capaz de analizar esto profundamente y conocer su propia muerte, ¿podría haber algo más espantoso?
En la vida ordinaria, particularmente en las últimas épocas, por encima del deprimente hecho de la inevitabilidad de la muerte, que debe ocurrirle a todos inevitablemente, existen para la gente muchos otros hechos similares, y la imagen real de la posibilidad de experimentarlos debe provocar en nosotros sentimientos de inexpresable e intolerable angustia.
Si el hombre medio contemporáneo tuviera la posibilidad de percibir o recordar, siquiera en su pensamiento, que, en cierta fecha conocida y definida, por ejemplo, mañana, dentro de una semana o un mes, o incluso dentro de uno o dos años, morirá indefectiblemente, ¿qué quedaría entonces de todo lo que hasta ahora ha constituido y llenado su vida?
Todo perdería sentido y significación para él. ¿Qué importancia tendría entonces la condecoración que recibió el día anterior por sus largos años de servicio y que tanto lo ha complacido, o la mirada que acaba de observar, llena de promesas, de la mujer que era desde hacía mucho el objeto de sus constantes anhelos, o el periódico junto a la taza de café, o el obsequioso saludo de su vecino al cruzarse en la escalera, y el teatro por la noche, y el descanso y el sueño y todas sus cosas predilectas, qué valor tendría todo eso?
No poseerían ya la significación que se les había otorgado antes, incluso si un hombre supiera que la muerte sólo lo iba a sorprender dentro de cinco o seis años.
En resumen, el hombre medio no puede ni debe contemplar su propia muerte «cara a cara» ya que entonces, por así decirlo, «saldría de su hoyo» y frente a él con absoluta claridad, surgiría la pregunta:
«¿Por qué, entonces, debemos vivir, trabajar y sufrir?»
«El único medio actual para salvar a los seres del planeta Tierra sería implantar nuevamente en sus presencias un nuevo órgano, un órgano como el Kundabuffer, pero esta vez con propiedades tales que cada uno de esos infortunados, durante el proceso de su existencia, pudiera percibir y conocer constantemente la inevitabilidad de su propia muerte, así como la de la muerte de todos los que sus ojos pueden contemplar.»
«Sólo una sensación y un conocimiento de ese tipo pueden destruir ahora el egoísmo completamente cristalizado en ellos, que ha absorbido la totalidad de su Esencia, y también la tendencia a odiar a los demás que fluye de ese egoísmo, es decir, la tendencia que engendra todas esas relaciones mutuas que existen allí y constituyen la principal causa de todas sus anormalidades, impropias de seres tricerebrados y maléficas para ellos mismos y para la totalidad del Universo.»
La creación de este órgano, aparentemente anatómico, está fuera del alcance de nuestras posibilidades, sin embargo podemos desarrollar un órgano símil al Kundabuffer, pero de carácter psicológico de constante auto-recordación. Los variados ingredientes para la formación de este órgano no sólo involucran la percepción constante de la inevitabilidad de nuestra propia muerte y de todo lo que nuestros ojos pueden contemplar, sino también todos aquellos hechos que provoquen en nosotros sentimientos de inexpresable e intolerable angustia, es decir todo aquello que en nuestra existencia ha sido fuente de conflicto, sufrimiento, dolor y pena.
G. I. Gurdjieff |
Imagina, que sólo tienes unos pocos minutos, tal vez una hora para vivir; de alguna manera has descubierto exactamente cuándo morirás. ¿Qué harías con esta preciosa hora de estadía en la Tierra? ¿Serias capaz de completar todas tus cosas en esta última hora, tienes una idea consciente sobre cómo hacerlo?
Y soltando tu último aliento ¿Sentirías satisfacción al saber que has hecho todo lo posible en esta vida, para darte cuenta que estás presente constantemente, siempre vibrando, siempre esperando, como un hijo esperando a su padre marinero? En el mundo manifestado todo tiene su principio y su final. En el Mundo Real todo está siempre presente y un hermoso día se te permitirá olvidar todo y dejar el mundo “para siempre.”
La liberación vale un millón de veces más que la libertad. El hombre liberado, aunque esté en esclavitud, sigue siendo un maestro de sí mismo. Por ejemplo, si te doy algo, digamos, un coche, el cual no tiene combustible, el coche no se puede mover. Tu coche necesita un combustible especial, pero solamente tú puedes definir qué tipo de combustible se necesita y donde conseguirlo.
Tienes que definirte a ti mismo, como digerir mis ideas para hacerlas tuyas, para que te pertenezcan sólo a ti. Tu coche no puede trabajar con el mismo combustible con el que trabaja el mío. Te sugiero solo el material principal. Tienes que sacar de éste lo que puedas usar. Entonces, más valerosamente, siéntate al volante.
La vida orgánica es muy frágil. El cuerpo planetario puede morir en cualquier momento. Siempre está a un paso de la muerte. Y si te las arreglas para vivir un día más, es sólo una oportunidad accidental dada por la naturaleza. Si pudieras vivir una hora más, puedes considerarte una persona afortunada. Desde el momento de la concepción estamos viviendo tiempo prestado.
Viviendo en este mundo tienes que sentir la muerte cada segundo, así que resuelve todos tus asuntos pendientes, incluso en tu última hora, ¿Pero cómo puede alguien saber exactamente cuál es su última hora? Para sentirte seguro reconcíliate con la naturaleza y contigo mismo en cada hora que se te dé, entonces nunca se te encontrará desprevenido. Al hombre se le tiene que enseñar esto empezando desde la escuela: como respirar, comer, moverse y morir mejor. Esto tiene que convertirse en una parte de un programa educacional. En este programa es necesario incluir la enseñanza sobre cómo darse cuenta de la presencia del “Yo” y también como establecer consciencia.
Pregunta: ¿Cómo actuar si no sientes que hay algo sin acabar?
Gurdjieff: Después de una pausa, respiró profundamente y respondió:
Pregúntate quien estará en dificultades si mueres como un perro. En el momento de la muerte tienes que estar totalmente consciente de ti mismo y sentir que has hecho todo lo posible para usar todo, dentro de tus capacidades, en esta vida que te fue dada.
Ahora no sabes mucho sobre ti mismo. Pero con cada día que excaves más y más profundamente dentro de este montón de huesos, empezarás a saber más y más detalles. Día a día encontrarás lo que deberías haber hecho y lo que tienes que rehacer dentro de las cosas que has hecho. Un hombre de verdad es aquel que pudo tomar de la vida todo lo que era valioso de ésta, y decir: “Y ahora puedo morir.” Debemos tratar de vivir nuestras vidas de manera que podamos decir cualquier día: “Hoy me puedo morir sin arrepentirme de nada.”
Nunca gastes infructuosamente tu última hora de vida, porque se puede volver la hora más importante para ti. Si la usas incorrectamente, puedes arrepentirte después. Esta sincera emoción que sientes ahora, puede convertirse para ti en una poderosa fuente de la fuerza que te puede preparar para una muerte perfecta. Sabiendo que la próxima hora se puede volver la última para ti, absorbe las impresiones que te convertirán en un verdadero gourmet. Cuando la dama de la muerte te llame, prepárate, siempre. El maestro sabe cómo tomar de cada deliciosa pieza el último trozo de lo más valioso. Aprende a ser el maestro de tu vida.
Cuando era joven aprendí a preparar fragancias. Aprendí a extraer la esencia de la vida, sus cualidades más sutiles. Busca en todo lo más valioso, aprende a separar lo fino de lo grosero. El que ha aprendido como extraer la esencia, lo más importante de cada momento de la vida, ha alcanzado un sentido de calidad, es capaz de hacer con el mundo algo que no puede hacer un aborigen.
Puede ser que en los últimos momentos de tu vida no tengas la opción de dónde y con quién estar, pero tendrás la opción de decidir qué tan completamente los vivirás. La habilidad de tomar lo valioso de la vida es la misma que la de tomar lo más valioso de la comida, del aire y de las impresiones, las substancias necesarias para desarrollar tus cuerpos superiores. Si quieres tomar de tu vida lo más valioso para ti mismo, tiene que ser por el bien de lo superior; es suficiente dejar sólo un poco para ti mismo. Trabajar en ti mismo por el bien de otros es una manera inteligente de recibir lo mejor de la vida para ti. Si no estás satisfecho con la última hora de tu vida, puede que tampoco lo estés con tu vida entera. Morir significa pasar a través de algo que es imposible repetir de nuevo. Gastar tu precioso tiempo en nada significa privarte de la oportunidad de extraer lo más valioso de la vida.
En este mundo, vivir la vida, de principio a fin, significa otro aspecto de lo Absoluto. Todos los más grandes filósofos, se prepararon cuidadosamente para la última hora de su vida. Y ahora te daré el ejercicio para prepararte para tu última hora en la tierra. Trata de no malinterpretar ninguna palabra del ejercicio dado.
Ejercicio
Recuerda la hora que ha pasado, como si fuera tu última hora en la tierra y que justo acabas de darte cuenta de que has muerto. Pregúntate, ¿Estabas satisfecho en esa hora?
Y ahora reanímate a ti mismo de nuevo y establece el objetivo para ti mismo. En la próxima hora (si eres afortunado para vivir una más) trata de extraer de la vida un poco más de lo que hiciste en la última hora. Define, donde y cuando deberías haber estado más consciente, y en donde deberías haber puesto más fuego interno.
Y ahora abre más tus ojos, y con esto me refiero a abrirte más posibilidades, sé un poco más valiente de lo que fuiste en la hora anterior. Ya que sabes que ésta es tú ultima hora y que no tienes nada que perder, intenta ganar más valentía, por lo menos ahora. Desde luego, no tienes que hacer tonterías. Llega a conocerte mejor, mira a tu máquina como si la vieras desde afuera. Ahora, cuando estás muriendo, no tiene sentido mantener tu reputación y tu prestigio.
De ahora en adelante, hasta la verdadera última hora, aspira con persistencia para recibir lo más valioso que puedas de la vida, desarrolla tu intuición. Toma sólo unos pocos momentos cada hora para mirar a la hora que ha pasado, sin juicios, y después sintonízate para extraer más de la siguiente hora.
Si consideramos cada hora como una unidad de vida independiente, intenta hacer lo máximo que puedas para usar cada unidad completamente. Esfuérzate y encuentra la manera de hacer en la siguiente hora mucho más que en la anterior, pero también se consciente de que te has encargado de las deudas que has acumulado hasta ahora. Aumenta la auto-exploración y el auto-conocimiento, y también aumenta la habilidad de dominarte a ti mismo, esto cambiara el trabajo de tu máquina, que siempre está fuera de control. Y estas habilidades se pueden convertir en el indicio de los verdaderos cambios. Y es absolutamente intrascendente lo que la máquina piense sobre esto.
Vivir el resto de tu vida ensayando tu muerte cada hora, no es nada patológico. Nadie recibe más de la vida que el paciente con cáncer, que sabe aproximadamente cuando morirá. Y desde que él ya reconoció como desea pasar el resto de su vida, no tendrá que hacer el cambio total en ésta, pero podrá ir a algún lugar, a donde siempre deseó ir, que no lo haría en otras circunstancias.
El hombre que sabe que morirá pronto, tratará de usar al máximo cada hora del resto de su vida. Esto es exactamente a lo que Cristo se refería cuando dijo que los últimos días vendrán pronto, los días anteriores al Juicio Final. Todos estamos parados frente al Juez, pero no son los otros los que nos juzgan, sino nosotros mismos los que hacemos la última estimación de nuestra vida. No tenemos que fallar el examen más importante, en donde el juez más serio somos nosotros mismos.
Cada momento, por sí solo, representa la partícula de la Creación Eterna. Por lo tanto a cada momento al que podemos extraer las sustancias más sutiles, a eso podemos llamarle “la esencia de la vida.” Imagina la sustancia “aire” o la sustancia “impresiones.” Finalmente, dibuja en tu cabeza la sustancia “momento.” Sí, hasta los momentos del tiempo son sustancias.
Si pudiéramos extraer las sustancias más finas de las más groseras, tarde o temprano tendríamos que pagar por esto. Esta ley es llamada La Ley del Equilibrio. Por esto aprenderemos a pagar inmediatamente por aquello que recibimos de la vida. Sólo entonces no tendremos ninguna deuda. Pagar inmediatamente –a esto se le llama “obra real.” “Hacer” –es pensar, sentir, actuar, pero “obra real,” es pagar inmediatamente.
Hacer –sólo puede significar una cosa: extraer la esencia de cada momento de la vida y al mismo momento pagar todas las deudas a la naturaleza y a ti mismo; pero solamente cuando tienes “Yo,” puedes pagar inmediatamente.
La vida real no es un cambio de actividad, sino un cambio en la calidad de la actividad. El destino, es el destino. Cada uno de nosotros tiene que encontrarse a sí mismo en el orden total de las cosas. No es tarde para empezar a hacerlo ahora, aunque has pasado la mayor parte de tu vida dormido. Empezando desde hoy puedes comenzar a prepararte para la muerte y al mismo tiempo, aumentar tu calidad de vida. Pero no pospongas el comienzo, tal vez de verdad sólo tienes una hora más de vida.
Pregunta: ¿Podemos compartir esto con otros? Pienso que es muy importante lo que escuchamos sobre esto esta tarde.
- Puedes volver a contarlo palabra por palabra, pero hasta que no lo hagas por ti mismo, no significará nada para otros. La existencia es el medio, o el instrumento, para la acción. Piensa en esto y encontraras el porqué.
Pregunta: Por lo tanto, ¿No podemos pagar las deudas, si no existimos, o si nuestro “Yo” está ausente?
- ¿Por qué tienes tanta necesidad de pagar? ¿Pagar para qué? Si la vida es sólo una coincidencia, entonces no hay necesidad de continuar. Esto no significa que tienes que terminar tu vida con un suicidio. Lo opuesto, tienes que poner todo tu esfuerzo en “vivir.” El hombre ordinario siempre vive solamente yendo con la corriente. No solo está dormido, está absolutamente muerto. Para vivir realmente, es necesario apoyar los esfuerzos de la naturaleza, para tomar activamente de la vida, y no actuar pasivamente, a donde sea que fluya.
Para extraer lo más valioso de la vida, tienes que poder manejar tus emociones. Mira que tan justamente puedes estimarte. Mírate atentamente y encontrarás varias extraordinarias maneras de ser justo. Cada vez date cuenta de los diferentes momentos en que el deseo aparece. Actúa como antes, pero siempre estate consciente de su presencia. Transporta al mundo la parte de tu sangre, pero la de nivel superior.
Al final de cada hora después que hayas estimado su utilidad, imagina que despertaste en lo absolutamente desconocido en comparación a la anterior que pasó. Es importante notar que la aparente continuidad de la última hora, realmente está cambiando con cada hora, aunque las cosas y personas parecen las mismas de antes. Con el tiempo aprenderás a verte a ti mismo como un espíritu de una sustancia especial, que viene de un mundo a otro, como un huésped sin invitación de la naturaleza.
Mirando desde este punto de vista, evalúa todo lo que hagas en tu vida. Mira los resultados de todos tus esfuerzos del pasado y piensa qué sentido tienen ahora, en tu última hora de vida. Aquellos que están involucrados en el “Trabajo”, están muertos a este mundo y al mismo tiempo están más vivos en este mundo que nadie más. “Trabajo”, algo extraño, impredecible, pero para muchos es imposible vivir sin él.
El modo ordinario de entender la vida es vanidad de vanidades. Por más grande que sea el resultado es de acuerdo a las medidas terrestres, tarde o temprano fallará. Hasta la arena está siendo hecha polvo por el tiempo. Hasta las personas más relevantes de la historia han sido olvidadas. Para entender las posibilidades reales de este mundo, es necesario encontrar lo que podemos alcanzar en este mundo, que será bastante útil en el Mundo Real.
Mira atentamente a las vidas de todas las personas más grandes, aquellos que dirigieron ejércitos, que tuvieron poder sobre otros. ¿Cuál es el beneficio para ellos de todas sus grandes acciones ahora, cuando están muertos? Incluso cuando estaban vivos, todas estas grandes acciones no fueron más que sueños vacíos. No estamos aquí para elogiarnos a nosotros mismos o para probarnos a nosotros mismos, lo más repugnante en el hombre ordinario es la habilidad de satisfacer rápidamente a su carne.
La mayoría de las personas encuentran muchas excusas para no trabajar en sí mismos. Están en una completa prisión de sus debilidades. Pero justo ahora no hablamos sobre ellos, sino sobre ti.
Entiéndeme bien, no necesito seguidores, estoy más interesado en encontrar a los buenos organizadores, los verdaderos guerreros del nuevo mundo. Comprendo las debilidades de la organización, porque justo hora no hablamos sobre la organización habitual que consiste de iniciados.
Te recuerdo una vez más, aprende a vivir cada una de tus horas con un beneficio más grande. Crea un detallado plan de tu última hora de vida. Para entender cómo debería morir uno, deberías de hacer crecer raíces más profundas en la vida, sólo entonces podrás morir como un ser humano, no como un perro. Aunque, esto no es dado a todo el mundo -morir. Puedes convertirte en abono para nuestro planeta, pero realmente no significa morir. Morir a este mundo para siempre, es un honor que tienes que pagar con Trabajo Consciente y Sufrimiento Intencionado. Tienes que ganártelo.
Trata de imaginarte a ti mismo –relativamente– claramente en tu última hora sobre la tierra. Escribe un tipo de guión de esta última hora, como si estuvieras escribiendo el guión para una película. Pregúntate: “¿Así es como quiero disponer de mi vida?” Si no estás satisfecho con la respuesta, rescribe el guión hasta que te guste.
Mira a la vida como un negocio. El tiempo es tu dinero para la vida. Cuando vienes a este mundo, se te dio una cantidad definitiva de dinero y no puedes excederla. El tiempo es la única moneda con la cual pagas por tu vida. Ahora mira como usaste la mayor parte de éste de una manera estúpida. Ni siquiera has alcanzado el objetivo principal de la vida, tener descanso. Fallaste como hombre de negocios, y como usuario de vida, te engañaste a ti mismo. Toda tu vida pensaste que todo se te ha dado gratis, y ahora de repente descubriste que no es gratis. Pagas por usar el tiempo, éste es el por qué cada momento de tu estadía aquí cuesta algo.
¿Entonces como podría ser posible para ti rembolsar por lo menos estas pérdidas? Comprueba, ¿Si el déficit de tu cuenta bancaria es solo temporal, o es quizá constante? ¿Perdiste el tiempo o pudiste invertirlo con éxito? Si has gastado todo tu dinero en vacaciones, entonces no hay nada que hacer más que arrepentirte por el pasado.
Durante muchos años, has estado gastando tu vida como si tus padres te hubieran dado una cuenta bancaria con crédito ilimitado. Pero ahora la cantidad se terminó y te das cuenta que estas solo por completo y no hay nadie a quien recurrir. No hay más tiempo en tu cuenta bancaria. Ahora te ves forzado a ganar cada hora de tu vida. Toda tu vida te comportaste como un niño y gastaste el tiempo tal como lo hace una pareja de recién casados en su luna de miel.
Nuestro principal enemigo, que nos impide aplicar los esfuerzos necesarios, es la desesperanza. Sé que tienes muchas excusas para no prepararte para tu última hora de vida. El hábito es una gran fuerza, pero empezando una vez, puedes aprender a hacerlo cada vez más y más.
No te enredes todo el día, esfuérzate al menos una hora al día para hacer un esfuerzo, de lo contrario perderás todo. Piensa sobre el ensayo de tu última hora como si fueran ejercicios de ballet, tienes que hacerlo toda tu vida.
Yo dedico cuatro horas al día a este ejercicio, pero cuando era joven, le dedicaba el doble.
G. I. Gurdjieff
Traducción del Ruso por Alexandra Kharitonova, con traducción al Ingles por Reijo Oksanen – descubierto por Ilya Kotz y Avi Solomon del Grupo de Nyland Jerusalén. Compaginado por Alfredo Marinelli para el Blog "Gurdjieff y Ouspensky - Estudio e Investigación"
No hay comentarios :
Publicar un comentario